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No podía creer lo que acababa de hacer. Me dejé llevar por mis impulsos, desinhibido por el alcohol y casi crucé la línea.
No debía. No había forma de que me permitiera romper la amistad que con tanto esfuerzo estaba logrando. Aunque me muriera de ganas de besar y de amar a Chifuyu con todo mi ser, debía reunir fuerzas y contenerme.
No soportaría tener que alejarme de él.

Estuve toda la noche pensando en la manera en que había acariciado su rostro. Incluso fantasee con que a Chifuyu le había agradado, pero lo más probable era que se habia quedado inmovil ante mi comportamiento abusivo.
Lo escuché subir una hora después. ¿debía disculparme, o hacer como si nada hubiera ocurrido?

El desayuno transcurrió con calma. Era el último día, la mañana siguiente volveríamos a la ciudad.
Chifuyu mantuvo el rostro sonrojado todo el tiempo, temía que se hubiera enfermado a causa del frío. Sin embargo insistió en que se sentía bien e igual fuimos a visitar el antiguo pueblo Iyashi No Sato,  que se situaba a una hora en auto desde la cabaña.
Internamente agradecí que no haya mencionado lo ocurrido la noche anterior y se haya dedicado a disfrutar del paseo. Se lo veía muy alegre recorriendo las callejuelas entre las minkas de paja.
Sin dudas grabaria su sonrisa en mi memoria para siempre.

–La vista del Monte Fuji desde cualquier punto del pueblo, es espectacular –exclamó—. ¿Imaginas a las personas que solían vivir aquí? veían el amanecer salir detrás del monte a diario.

–Seguramente para ellos no significaba nada. –dije.

–-Mala onda –bufó.

Exhalé con gracia.
–Me refiero a que para ellos seguramente era un escenario bello, pero secundario. Teniendo en cuenta las adversidades a las que se enfrentaban en esos tiempos. Lo hubieran notado solo si el monte hubiera desaparecido.

–Si, claro. Si se iba en busca de Mahoma –bromeó–. A veces me olvido que sueles tener estos momentos.

–Lo siento. No puedo evitar pensar racionalmente en todo –dije apenado.

–No, no. De hecho, creo que me agrada. Me agradas Kazutora, de otra manera no hubiera aceptado hacer este viaje  –dijo en voz baja.

Desvié la mirada, sentí mis mejillas arder incluso con el frío que hacía esa tarde.

–¿Quieres que alquilemos unas yukatas y nos saquemos una fotografía? –propuse.

Chifuyu aceptó con emoción y caminamos hacia una de las muchas casa-tiendas que habia en el pueblo. Una vez en una de ellas, nos separamos para recorrer cada sector del lugar, observando la variedad de modelos. Nos encontramos casualmente en el centro de la tienda.

–Estaba pensando –susurró a mi lado–. Lo más acertado sería un kimono, porque con una yukata... Se nos van a congelar hasta nuestras futuras descendencias.

Sonreí enternecido al notar lo avergonzado que se vió Chifuyu al hacer ese comentario.
–Por supuesto. Yukata fue solo un decir. –aclaré.

–¡Bienvenidos! –dijo una chica detrás nuestro–. Soy Akane y los estaré asesorando. ¿Están comprometidos? –preguntó con una gran sonrisa.

Chifuyu y yo cruzamos miradas incómodas y desconcertadas.

–¿Qué están buscando? ¿Trajes a juego? ¿Cuándo es la ceremonia? ¡Los eventos matrimoniales aquí son espléndidos!

–Oh, no, no, no... –Chifuyu negaba con ambas manos, totalmente exaltado.

No me había percatado hasta ese momento, que nos habíamos detenido frente al sector de los Montsuki, la ropa tradicional de boda.

El camino de las lágrimas ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora