El sol del mediodía bañaba con su luz dorada la plaza más concurrida del pequeño pueblo mágico de Santa Cecilia. Allí, un niño de tez morena tocaba su guitarra con destreza, llenando el aire con melodías alegres. Cantaba con pasión, no solo para ganar unas monedas, sino para practicar su mayor amor: la música. La gente que pasaba se detenía a escucharlo, deleitándose con sus canciones. No era cualquier niño; era uno de los descendientes del famoso compositor Héctor Rivera.
Ese viernes, afortunadamente, no había clases. Siendo fin de mes, sus tareas de inglés y matemáticas podían esperar. El próximo miércoles cumpliría quince años, y sus amigos no perdían la oportunidad de bromear con él. "¿Quién será tu chambelán?" le preguntaban, o "¿De qué color será tu vestido?". Él respondía con picardía: "Tu hermana, para que me la presentes" o "Rojo, mi color favorito".
Después de una intensa sesión de práctica, decidió descansar su voz y buscar algo de agua. Tal vez incluso algo de comer. En su camino de regreso a casa, se topó con un joven asiático que parecía perdido y muy preocupado. A pesar de sus esfuerzos, el extranjero no lograba hacerse entender en español, y muchos pasaban de largo, frustrados por no poder ayudar.
El asiático, al ver al joven músico, se acercó con esperanza.
—Jeolm-eun-i, annyeonghi jumuseyo. gonghang-e eotteohge ganeunji allyeojusigess-eoyo? (Joven, buenas tardes. ¿Podría decirme cómo llegar al aeropuerto?)
—Yo... Yo no sé hablar chino —respondió el joven mexicano, sintiendo una punzada de pena porque su familia siempre le había enseñado a ayudar a quien lo necesitara.
Justo en ese momento, un avión apareció en el cielo. El extranjero lo señaló con entusiasmo, tratando de hacer entender su pregunta.
—¿Un avión? Ah, quiere llegar al aeropuerto —dedujo el niño. El extranjero asintió vigorosamente.
—Ne, gonghang-e gago sip-eoyo (Sí, quiero llegar al aeropuerto).
—Imagino que dijo que sí —rió el mexicano. —Lo acompaño a tomar un taxi. Yo le digo las indicaciones para que no le cueste trabajo llegar al aeropuerto.
El joven se acercó a la orilla de la calle, haciendo señas hasta que un taxi se detuvo. Dio las indicaciones necesarias al conductor para que llevara al extranjero al aeropuerto. El asiático, agradecido, hizo una reverencia. El joven reconoció el gesto de gratitud gracias a su prima, fanática de los programas asiáticos.
Con una sonrisa de satisfacción, se despidió del extranjero y se encaminó nuevamente a su casa. El hambre comenzaba a manifestarse en su estómago.
Al llegar a casa, su madre lo recibió con besos en la mejilla, como siempre. Le preguntó cómo le había ido, y él le contó su aventura y el buen acto del día al ayudar al extranjero. Su madre, orgullosa, lo abrazó con fuerza.
—Estoy muy orgullosa de ti, hijo. Has demostrado ser un joven educado y compasivo.
Esa tarde, mientras el joven disfrutaba de una deliciosa comida casera, sintió una profunda satisfacción. No solo por haber ayudado a alguien, sino porque sabía que cada pequeño acto de bondad contaba. El destino, como un telar mágico, seguía tejiendo su historia con hilos de amor y compasión.
Fuera de la inusual aventura con el extranjero, el viernes de Miguel fue tranquilo y agradable. Pasó el resto del día practicando con su guitarra y adelantando algunas tareas para poder disfrutar de un domingo libre con su familia, ya fuera comiendo juntos o viendo televisión. Aunque solía dejar todo para el último momento, esta vez decidió organizarse mejor.
El sábado, se levantó tarde y desayunó pasado el mediodía. Después de comer, se dirigió a la plaza del mariachi para su habitual práctica. Al llegar, se sorprendió al ver nuevamente al extranjero que había ayudado, esta vez acompañado por una joven.
—Annyeonghasibnikka (Hola) —saludó el extranjero, y la chica a su lado le sonrió.
—Tú eres el chico que ayudó a mi cliente. Muchas gracias —dijo la chica, sonriendo. —Ayer no me tocó trabajar y tuve un imprevisto, por eso no pude avisarle. Quería asegurarme de que su vuelo saliera hoy.
—No se preocupe — respondió Miguel, devolviéndole la sonrisa. —Me alegra haber podido ayudar.
—Gitaleul gajyeowa, eotteohge yeonjuhaneunji deudgo sip-eo (Trae una guitarra, me gustaría escuchar cómo la tocas) —dijo el extranjero con entusiasmo.
—¿Qué dice? —preguntó Miguel, un poco confuso por el idioma.
—Le gustaría escuchar cómo tocas la guitarra —le explicó la chica.
—Oh, claro.
Miguel accedió y comenzó a tocar la primera melodía que le vino a la mente. La música pronto atrajo a los transeúntes, quienes se detenían para escuchar su interpretación. Un extranjero, fascinado, aplaudió al final de la pieza, que se encontraba entre los transeuntes.
—Increíble pieza musical —se oyó un halago entre la pequeña multitud.
Miguel miró hacia la persona que había elogiado su música y se encontró con otro joven asiático, de cabello revuelto y piel clara. Sintió una extraña conexión, como si ya conociera a aquel joven, aunque nunca antes lo había visto. Una sensación inexplicable de familiaridad y calidez lo invadió.
En ese momento, las almas de Iztaccíhuatl y Popocatépetl se reencontraron. Aunque aún no lo sabían, el destino había empezado a tejer nuevamente su historia de amor y sacrificio. La magia del reencuentro vibraba en el aire, entre notas de guitarra y miradas furtivas, como un eco de tiempos antiguos resonando en el presente.
Miguel y el joven extranjero compartieron una sonrisa, y la chispa de una historia ancestral comenzó a encenderse una vez más.
Gracias por leer, los veo en el siguiente capítulo.
Corregido; 30/jun/2024
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Te encontré [Hiroguel] [Corrigiendo]
FanfictionPopocatépelt era un guerrero tlaxcalteca que se había enamorado de la hermosa joven Iztaccíhuatl, la princesa de aquel lugar, pero no contaron que uno de los pretendientes de la hermosa princesa: Xinantécatl la engaño cuando el joven guerrero fue a...