Capítulo 8

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El sol resplandecía en el cielo con gran fervor, marcando el inicio de un nuevo día lleno de posibilidades. En los cielos, la deidad del amor mesoamericana observaba con anticipación, ansiosa por ver el reencuentro de aquellas almas predestinadas. Los hilos del destino estaban siendo tejidos con la delicadeza de una obra de arte, entrelazando las vidas de los mortales con un toque de magia ancestral.

En el mundo de los humanos, un joven extranjero abrió los ojos con gran pesadez. Hiro estaba exhausto tras el largo vuelo y las pocas horas de sueño, pero sabía que debía adaptarse al nuevo horario. Se levantó de la tentadora cama y se dirigió al baño, donde el agua fría sobre su rostro lo despertó de inmediato, llenándolo de energía. Su tía, perturbada por el ruido, también se levantó, sintiendo una inexplicable necesidad de mantenerse cerca de su sobrino, como si una premonición le advirtiera de un peligro inminente.

Una vez listos, el primer destino era evidente: probar la rica gastronomía mexicana. Las opciones eran abrumadoras: tacos, menudo, caldo de gallina, y más. Decidieron comenzar con un clásico desayuno hidalguense, barbacoa con consomé, que disfrutaron en un puesto local. A pesar de que las salsas les provocaron lágrimas de picor, la comida resultó ser deliciosa y memorable. Cada bocado parecía estar bendecido por los dioses, llenando sus corazones con un calor familiar y reconfortante.

Después del desayuno, se dirigieron al corazón de la Ciudad de México, el Zócalo. Hiro, habiendo investigado meticulosamente, sabía que muchos museos ofrecían entrada gratuita a estudiantes. Visitaron el Museo de la Tortura, quedando impactados por la brutalidad de los artefactos utilizados durante la Inquisición. Aunque era consciente de las atrocidades históricas, ver los instrumentos de tortura en persona fue una experiencia sobrecogedora, como si los fantasmas del pasado susurraran historias de sufrimiento y redención.

El día continuó con visitas a otros sitios turísticos y degustaciones de la magnífica comida local. A medida que la tarde se transformaba en noche, Hiro recordó la invitación que había recibido para asistir a una tocada en la Plaza del Mariachi. Con un aire de curiosidad y emoción, propuso asistir al evento, a lo que todos accedieron con entusiasmo.

Mientras se dirigían a la plaza, un colibrí, que había acompañado a Hiro desde Japón, revoloteaba discretamente a su alrededor. Sus alas emitían un brillo etéreo bajo la luz del atardecer, como si estuviera guiado por una fuerza divina. La deidad del amor, desde los cielos, sonreía al ver cómo sus planes se desarrollaban con precisión.

El mexicano había accedido a tocar en aquella fiesta porque se le pagaría una suma que no le vendría mal

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El mexicano había accedido a tocar en aquella fiesta porque se le pagaría una suma que no le vendría mal. Estaba ahorrando para una guitarra eléctrica, deseoso de ampliar sus horizontes musicales y aprender a tocar más instrumentos. Gracias a su prima, había dominado el violín, pero su curiosidad lo llevaba a explorar más. Quería aventurarse en géneros distintos, aunque su corazón siempre estaría con el mariachi y las canciones de su familia. Recientemente, se había sentido atraído por el rock, especialmente por el estilo que su abuela consideraba "pecaminoso", con letras inspiradas en el paganismo. Una compañera le había sugerido una canción para la fiesta, y él no pudo resistir la tentación de probar algo nuevo.

Se arregló para el concierto junto con su prima, quien también traía su violín. Llegaron y, afortunadamente, aún no era su turno. La noche era fría, y ambos fueron tras bambalinas para prepararse. La chica ajustaba las cuerdas de su instrumento, mientras su primo hacía ejercicios de voz. Aunque el joven estaba nervioso, siempre recordaba su primera actuación pública, un recuerdo que le daba consuelo y confianza.

Finalmente, los llamaron al escenario, donde un guitarrista y un baterista ya estaban listos. El chico se acercó al micrófono y saludó al público, recibiendo gritos de entusiasmo y pedidos de canciones. La guitarra comenzó a sonar con calidez y armonía, creando una atmósfera mágica.

Blanca tez, luminosa piel, arribo de las estrellas —empezó a cantar, mientras el violín acompañaba con una melodía delicada. —Dama fiel que un deseo de amor a la tierra le condena.

La segunda guitarra se unió con un ritmo más intenso, seguida por la batería. El joven esperó su momento para continuar, sintiendo la energía del público.

Un desliz en su corazón suspiraba por un hombre que jamás la debía mirar ni saber cuál es su nombre, pero ilusa cada noche cuida al joven que entre sueños la descubre.

Un amor imposible era lo que narraba la letra de la canción, un amor imposible... Siempre tenía esa corazonada de que él estaba siendo juzgado por este tipo de pecado.

La canción narraba un amor imposible, un tema que resonaba profundamente en él. Sentía como si estuviera confesando un secreto oculto a través de la música.

El cielo llora, se fue un lucero sin decir adiós. La luna llena curiosa piensa, ¿De quién se enamoró la hija de las estrellas?

Sus ojos, como guiados por una fuerza invisible, buscaron a alguien en el público. Y ahí estaba, el japonés que había conocido el día anterior. Al ver que había asistido, una sonrisa adornó su rostro, iluminándolo con una calidez inusitada.

El violín y la guitarra se unieron en un solo, creando una sinfonía de emociones que envolvía a todos los presentes. La batería marcaba el ritmo, mientras la voz del joven continuaba la historia de amor prohibido.

Nunca más pudo volver al firmamento que la busca sin consuelo. El cielo llora, se fue un lucero sin decir adiós. La luna llena curiosa piensa, ¿De quién se enamoró la hija de las estrellas?

Al final de la canción, la conexión entre el músico y el japonés era palpable. Había algo mágico en el aire, una sensación de que sus almas se habían reconocido en medio del destino. El colibrí que había acompañado a Hiro desde Japón revoloteaba discretamente, trazando un círculo de protección y magia alrededor de los jóvenes.

El público aplaudió con entusiasmo, pero para Miguel y Hiro, el mundo se había reducido a ese pequeño escenario y a la conexión que habían sentido. La deidad del amor, observando desde los cielos, sonrió satisfecha. Había logrado su propósito: unir dos almas en un reencuentro destinado a ser eterno.

























Gracias por leer, los veo en el siguiente capítulo

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Gracias por leer, los veo en el siguiente capítulo.

Corregido; 30/jun/2024

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