Por fin, había llegado el tan ansiado día del viaje. El joven Hiro no podía sentirse más afortunado y extasiado por la oportunidad de conocer ese lugar que misteriosamente lo tenía cautivado. Sin embargo, no era la única alma emocionada por este reencuentro. Entre las deidades mexicas, Xochiquétzal, la diosa del amor, se preparaba con entusiasmo. Dos almas destinadas a reencontrarse en esta vida moderna, y esta vez, ella se encargaría de que quedaran juntas.
Xochiquétzal había cuidado cada detalle del viaje, asegurándose de que todo ocurriera antes de la semana del cumpleaños del joven mexicano. Su plan era que Hiro y su contraparte se conocieran y se enamoraran, como en esas películas y libros románticos que estaban de moda. Curiosamente, las deidades japonesas parecían estar en paz con el destino trazado para el joven, o al menos, eso parecía.
La noche antes de partir hacia tierras mexicanas, Kannon, la diosa de la misericordia, apareció en la habitación del durmiente Hiro. Lo observó dormir pacíficamente, con una serenidad que contrastaba con la injusticia de su vida. Le habían arrebatado a sus padres y más tarde a su hermano, dejándolo sin conexión con su país de origen.
Kannon se sentó en la cama del chico y, con un gesto maternal, le acarició el cabello. Hiro, que había perdido a sus padres a una edad temprana, nunca había experimentado tal ternura.
—Mi niño, el destino que han planeado para ti es injusto, solo por un amor que no sabemos si volverás a sentir. Pero yo te cuidaré, te prometo que esta vez no dejaré que nada malo te pase a ti ni a tus amigos en este viaje.
La diosa temía porque conocía la naturaleza de los dioses mesoamericanos, que no siempre trabajaban para el bien. Un sacrificio debía estar de por medio, y la presencia de los amigos y la tía de Hiro le daba una mala señal.
Aunque en la actualidad no se practicaban ceremonias prehispánicas, México seguía siendo un país donde la magia y el peligro cohabitaban en un delicado equilibrio. En cada esquina, las flores de cempasúchil brillaban con una luz dorada, y los susurros de los ancestros se podían escuchar en el viento. Sin embargo, la violencia a menudo era atribuida al gobierno, una fachada que los dioses utilizaban para continuar con los sacrificios humanos, necesarios para brindar prosperidad a su pueblo. Kannon estaba decidida a proteger a Hiro y a sus acompañantes, pues aunque Hiro era su alma protegida, las demás personas pertenecían a su país y región.
La diosa observaba cada facción relajada del rostro de Hiro, su expresión laxa y serena, sin saber que su historia estaba a punto de reescribirse.
—Prometo que no dejaré que te vuelvan a hacer sufrir.
Esa misma noche, mientras Hiro soñaba, se encontró caminando por un campo lleno de flores de cempasúchil, cuyo aroma dulce lo envolvía en una sensación de nostalgia y esperanza. Las estrellas en el cielo brillaban con una intensidad inusual, y la luna llena iluminaba su camino. En la distancia, escuchó un susurro que le parecía familiar, una voz que llamaba su nombre con un tono lleno de amor y tristeza.
Despertó al amanecer, sintiendo una extraña mezcla de emoción y melancolía. Sabía que este viaje no sería como cualquier otro. En su corazón, una antigua llama comenzaba a arder, guiándolo hacia su destino en tierras mexicanas, donde la magia y el romance se entrelazaban en cada rincón y cada leyenda.
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Te encontré [Hiroguel] [Corrigiendo]
Hayran KurguPopocatépelt era un guerrero tlaxcalteca que se había enamorado de la hermosa joven Iztaccíhuatl, la princesa de aquel lugar, pero no contaron que uno de los pretendientes de la hermosa princesa: Xinantécatl la engaño cuando el joven guerrero fue a...