Capítulo 4 "Hola, América"

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Sumergida en penumbras, llena de pánico y terror, buscaba un interruptor o algo para poder iluminar el lugar donde me encontraba

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Sumergida en penumbras, llena de pánico y terror, buscaba un interruptor o algo para poder iluminar el lugar donde me encontraba. De pronto, choqué con alguien haciendo que me tambaleara, y cuando estuve a punto de caer, sentí una mano que me sujetó con firmeza por el brazo.

—Hola, América. —Horrorizada, me solté de su agarre y retrocedí, cayendo de bruces contra el suelo. La habitación se iluminó, y me vi obligada a cerrar los ojos con fuerza, porque la poca luz que se filtraba por mis pestañas, me incomodaba. —¿Qué haces? Ponte de pie. —Me sostuvo con fuerza, tirando de mí, para que me levantara.

Al abrir los ojos, lo primero que vi fue una máscara. Me llené de terror, y aún más cuando recorrí el lugar en el que estaba. Solo había una puerta, que se veía de metal. La habitación era blanca, impecable con una cama de sábanas blancas.

—¿Quién eres? —Retrocedí, hasta chocar con la pared. El enmascarado avanzó hacia mí, colocando sus dedos en mi mentón para que lo mirara a los ojos. —Por favor no me hagas daño. ¿Por qué me tienes aquí? —Tragué saliva, en el instante en que él pasó la yema de sus dedos por mi cuello, bajando hasta mis clavículas.

—Solo quiero verte sufrir, hasta que mueras. —Sentí un nudo en el estómago, y algo que apretaba mis pulmones impidiéndome respirar. Sus palabras eran tan suaves, así como una caricia que podría hacerte sentir bien si estarías en el borde del abismo, pero, yo no lo estaba, yo quería vivir, quería formar una familia con Corvin, tener mis dos hijos con él. Y cumplir todos los planes que teníamos en mente.

—¿Qué te hice? Dime qué hice mal para que me trates así. —Desesperada, comencé a llorar. Algo dentro de mí, me decía que la llegada de ese hombre a mi vida, haría cosas desastrosas y que nada sería igual.

—Quiero que hagas algo, América. —Lo miré sin entender, y sus ojos tan fríos e inexpresivos me hacían temblar del miedo. —¿Lo harás, bonita?

—¿Qué quieres que haga?

—Pídeme perdón. —Me negué a hacerlo. ¿Por qué quiere que lo haga?

—Yo no tengo porque pedirte perdón, no te conozco, no sé quién eres. Y me parece injusto que me trates así.

Su risa hizo un eco en toda la habitación, él dio un paso atrás, posteriormente se giró y salió cerrando la puerta tras él. Di un respingo cuando la puerta se abrió abruptamente, dejando a la vista al hombre enmascarado, con un aparato en sus manos. Agrandé los ojos a más no poder, al ver que se trataba de un paralizador eléctrico.

—Vamos a jugar, América.

Me desperté con la respiración inestable. Una fina capa de sudor cubría mi frente, y vi que la luz de la luna se filtraba por el cristal de la ventana. Me senté sobre la cama, pasando ambas manos por mi cabello. Intentaba tranquilizarme, para no pensar en eso, sin embargo, esos recuerdos estaban ahí en mi mente, atormentándome día y noche. Como si el enmascarado aún siguiera con vida, recordándome que él no me dejará tranquila. Me puse de pie, yendo a cerrar las cortinas. Algo llamó mi atención, y fu ver una silueta frente a la casa, con la vista fija hacia acá. Por instinto, me moví con rapidez, recostándome en la pared. Asustada, con el corazón latiendo fuerte contra mis costillas, me asomé un poco, observando la figura caminar hacia esta dirección.

Acechada por el mal |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora