46. Juramento

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Lo primero que hicieron en el palacio, como Will había advertido, fue utilizar los baños. No había nada tan delicioso como lavarse el cuerpo, después de un largo viaje como el que ellos habían tenido, y deshacerse de la ropa sucia y tiesa a causa de la sal de mar.

Cuando Nico los condujo hacia allí, inmediatamente después de mostrarles el comedor, les explicó que había un sitio para hombres y uno para mujeres. En cada uno de los apartados, había una enorme fosa donde podían entrar y sumergir hasta la mitad del cuerpo. Estaba formado por rocas, no había madera, ni azulejos, y aun así parecía una estancia elegante, digna de algún noble. El agua caía tibia, desde la roca más elevada, como si fuera una pequeña cascada, y al otro lado, seguía corriendo hasta desaparecer debajo del piso. Esa era, quizá, la razón por la cual el agua estaba limpia y lista para utilizarse, a pesar de no haber tenido mantenimiento en tantos años de abandono.

No había jabones, ni toallas, ni colonias, pero había una especie de polvos, que cumplían la función de dar un buen olor al cuerpo. Por otro lado, después de que un draugar se arrastrara a través de todo el lugar, hasta mover un par de piedras planas, fuera de lugar, un vapor caliente comenzó a salir de una de las paredes haciendo que el sitio se calentara un poco más, y fuera posible secar la ropa.

Will fue el primero en saltar al agua, pero, para disgusto del hechicero, lo hizo con sus prendas puestas. Metió la cabeza bajo el agua, y cuando la sacó de vuelta se sacudió el cabello intentando deshacerse de toda la sociedad. Luego, sí empezó a sacarse la ropa, primero las botas, que restregó un poco, una contra la otra, y luego dejó en la orilla; después hizo lo mismo con el resto de su vestimenta.

La tripulación procedió a imitarlo, y Nico, a regañadientes, también. Excepto que Nico se recostó contra la pared de la bañera, y el draugar de antes se acercó, se arrodilló y comenzó a restregarle el cuero cabelludo, como si se tratara de un esclavo atendiendo a su dueño. Fue quizá, hasta entonces, que los demás notaron que sus dedos estaban recubiertos con una especie de metal, lo cual, supo Will, les aseguraba poder servir, sin matar a sus dueños a causa de una gangrena o algo peor.

Antes de poder siquiera esperar a que sus ropas se secaran, descubrieron que no iba a ser necesario, ya que, nuevas vestimentas habían sido dejadas para ellos ahí. No eran, para nada, similares a la moda actual, eran raras, con demasiada tela, pero fáciles de poner. Tenían una cantidad exagerada de bolsillos por todas partes, como si estuvieran diseñadas para guardar muchas cosas pequeñas sus abrigos. Incluso tenían capas; prescindieron de lo último.

Annabeth, Piper y Hazel, habían recibido prendas similares, pero con faldas largas. La teoría de Annabeth, fue que habían sido ropas de los hechiceros que habían vivido en el palacio en tiempos antiguos, y que se habían preservado en el tiempo, debido a algún hechizo o poción especial para mantenerlas intactas. Sorprendentemente, Nico le contestó, pero lo que dijo fue:

—Nah. Eran de los muertos del pueblo. Ellos no las necesitan, bienvenidas sean.

Lo dijo de un modo tan serio, que todos miraron a Hazel y a Will, esperando encontrar la evidencia de una sonrisa ahí, para comprobar que había sido una broma, pero ellos estaban tan sorprendidos y dudosos como los demás.

—Bromea, ¿verdad? — preguntó Piper, sosteniéndose del brazote de Gordo.

—Yo... — Will miro a Hazel, solo para descubrir que ella lo estaba mirando a él esperando una respuesta— apuesto a que bromea... Sí, casi seguro de que bromea. Mejor no piensen en eso, ¿de acuerdo?

Tal y como si estuviesen felices de tener invitados, los draugar empezaron a multiplicarse, y a limpiar poco a poco el gigantesco palacio de la madre de Nico. Quizá obtenían energía de los dos hechiceros, o tal vez solo se debía a que les habían dado un motivo para hacerlo, pero, antes de que pasaran dos horas, la mesa estaba limpia, y la cena estaba servida. Las ratas habían desaparecido y la carne estaba cortada en rebanadas pequeñas. La mayoría de la tripulación, evitó tocar la carne hasta que Hazel lo hizo. Las únicas excepciones, fueron Nico y Gordo; al segundo no le molestaba la comida de dudosa procedencia y el primero había estado solo demasiado tiempo como para que sus exigencias culinarias fueran ejemplares.

El Corazón Maldito - EN PAUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora