CAPITULO 9

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Los días pasaban y aunque Freya salía para los eventos que requería su esposo dentro de casa era un objeto más. La última vez que el la vio sonriendo fue el día de su cumpleaños y de ese momento hasta este donde se encontraba en el suelo mirando hacia el jardín el tiempo le fue de largo.

-Señora, señora, puede comer solo un poco- decía la criada que Jerónimo termino dejando a su cuidado.

El miraba la escena desde el pasillo. Era la única persona con la suficiente paciencia en la casa para cuidarla. Rogaba porque comiera, cepillaba su cabello, incluso la arropaba donde quiera que se quedara dormida. Esa gran habitación era su hogar y su cárcel. Algunas noches el buscaba lo que cualquier esposo, pero era como estar con un pedazo de carne. Prefería verla rogando que no lo hiciera a sentir como solo cerraba los ojos y se dejaba llevar.

Quizá estaban destruyéndola por completo, pero en el proceso a también acababa poco a poco con él, pero era imposible no enamorarse de ella, de sus risas, de sus tratos de saber cómo aun con el corazón roto podía crecer. Ahora era solo una planta seca dentro de una habitación que soñó algún día ser un nido de amor.

-Señora- dijo la rubia destapando su rostro- el señor ha dicho que vendrá al medio día por usted, venga, debe estar lista-

-¿A dónde iremos Nerea?- dijo intentando sentarse entre las almohadas

-Señora, como cree que me van a decir algo en esta casa- y abriendo la ventana regreso hacia ella- venga, es hora de tomar un baño, el agua está caliente, y todo huele a café-sonrió sin explicarse cómo es que esa mujer siempre sabía las cosas que a ella le gustaban

Entro a la ducha sintiendo el agua caliente en su piel, sintiendo como cada parte de su cuerpo se desperezaba entre ella y el calor. Quería quedarse ahí por siempre, sin tener que saber nada, solo flotando entre olor a café y el sentimiento de ser más ligera.

-Debe de comer mejor- dijo la chica que lavaba su cabello- los huesos no son tan bonitos, además su cabello se ha caído mucho- chasqueo la boca- ¿Le gustaría cortarlo solo un poco? Yo solía cortarlo a mis amigas, usted sabe cuándo era más libre-

-Mi amiga me cortaba el cabello- respondió recordando a Ceci tomando cada mechón rojo entre sus manos

-Perfecto, lo cortare solo un poco, como si fuéramos amigas... solo no le diga al señor que yo...-

-Las amigas no dicen nada- respondió sintiendo como esas simples palabras la hacían sentir menos sola.

Jerónimo estaba sentado en la terraza que daba a la salida de la casona, pensaba en todo y en nada, cuando escucho pasos entre la puerta y su lugar se puso en pie. Su esposa caminaba con un vestido azul ceñido a la cintura, los botones blancos y su caída delicada de tela llena de flores blancas le llegaban hasta los tobillos donde unos delicados tacones blancos le hacían juego. Su cabello le llegaba abajo del hombro mostrando un pequeño flequillo despeinado. En su mano unos lentes blancos le acompañaban como si salir juntos de esa manera fuera una actividad habitual.

-Te ves muy hermosa- se acercó a ella para tocar su cabello- me gusta tu cabello-

-Pensé que sería mejor así... el largo ya no me va- y haciendo un gesto que le dolió hasta el alma caminaron mientras cubría su mirada con las gafas.

Mientras conducía el aire de valencia le daba en el rostro. Un largo rato paso hasta que el mar se hizo presente ante sus ojos, la playa estaba vacía y solitaria, en cuanto se estacionaron, la joven no podía creer que estaba viendo el mar, era como si esa inmensidad la llamara, la llamara con ella.

Bajo detrás de su esposo caminando aturdida, casi olvidaba lo que era sentirse libre. Camino hasta el agua sacando sus tacones para dejarlos enterrados en la arena, se paró frente al mar y sintiendo el agua en sus pies se abrazó a sí misma. Si fuera más valiente podría correr hasta perderse en ese mar, pero obviamente él la seguiría, y entonces estaría enfadado y podía soportar sus malos tratos, pero no que perdiera la cordura y señalara a algún otro lado.

Jerónimo la miraba de pie pasos atrás, no quería caminar a su lado y descubrirla pidiéndole a no sé qué seres que le llevaran con ellos. El mar frente a ellos era imponente y tan tempestuoso como lo era ahora su vida. Veía ese cabello corto revolotear por el viento. Era fuerte, lo era, y se estaba manteniendo tanto como podía. Por Ceci, por Raúl, por esos padres que no le querían, incluso por Dante, por no verlo perder la cabeza y quemando la mitad del mundo por ella.

Aunque ahora que sus pies sentían el frio de las olas, no podía tener más deseo que ese, más anhelo que aquel en donde Dante llegaba y quemaba hasta el último de los Covarrubias, ya fuese en venganza de su muerte o de su engaño. Entonces lo supo... no la estaban venciendo, porque su odio hacia ellos la mantendría de pie tanto como el que sostuvo por Dante lo hizo por tantos años.

De regreso a casa entrada la noche, Jerónimo supo que jamás la conoció de verdad, la vio en el sillón del copiloto mirando las luces mientras sus manos las dibujaban en la ventanilla, era más de lo que espero, y esa pequeña sonrisa que se dibujaba tímidamente en sus labios no era sino una clara advertencia de que no se daría por vencida.

Noches después Jerónimo entro a la habitación, Freya estaba como siempre sentada mirando la ventana. Sus yemas se dibujaban en el cristal, el camisón de seda que adornaba su cuerpo mostraba su decadencia que el cabello largo no le permitía ver. Las marcas moradas en sus brazos, las líneas verdes en su espalda, incluso en la parte de atrás de su cuello su mano perfectamente dibujada; sintió asco de si mismo. ¿Cómo podría haberle hecho eso a la mujer que amaba?

Ella continuo inmóvil como si él no existiera, su mente estaba vacía, cansada de divagar entre posibilidades de libertad o sueños de futuro, la desesperanza era su mejor amiga, mejor dejar de soñar antes que perder la cordura.

-¿Quieres tomar té?- pregunto sentándose en la mesita de estar de la habitación

-No gracias, he tomado mucho té el día de hoy- su voz sonaba en la habitación sin mirarlo, desde que regresaron de la playa su espíritu se apaciguo, si bien ya no lloraba desconsolada, tampoco regresaba el color a sus mejillas

-Bien, iremos a la cama-

la joven se levanto del suelo como si eso fuera una orden, se sentó en el lado izquierdo de la cama zafando su camisón lentamente. La espalda desnuda donde alguna vez dibujo constelaciones ahora mostraba decadencia, los pechos turgentes parecían grasa pegada al cuero, estaba demasiado delgada, las manos de Jerónimo tomaron sus caderas, aun traía la camisa abierta, su calor lastimaba su piel, como si fuera lava. Se sujeto de sus brazos incapaz de sentirse húmeda.

Fue doloroso, como solía serlo últimamente, el buscaba llenar su vacío, encontrar en el sexo un camino a su corazón, pero cada estocada estaba tan vacía como el cuerpo que tenia debajo de él, comenzó a sentir desprecio por ella, por él, por todo lo que estaban viviendo. Termino dentro de ella sintiendo como su agarre disminuía al sentir ese liquido escurriendo en su entrepierna.

Se cubrió con la sabana mirando nuevamente hacia el ventanal. "Algún día él vendrá por mi" susurro inconscientemente clavando sus palabras en la espalda de su esposo. "Tendrá que recoger tu cuerpo entonces" dijo molesto y levantándose de esa cama salió dando un portazo que retumbo en toda la habitación.

Después de ese día no volvió a verle un largo tiempo, se sintió aliviada, incluso reía un poco junto a la criada, y eso lo volvía un poco loco. La miraba a hurtadillas sonreír de vez en vez, aunque no era algo tan hermoso como recordaba el saber que su ausencia le devolvía la vida lo hacia sentir peor que basura.

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