27. Funerales

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"Time won't fly, it's like I'm paralyzed by it"


Remus Lupin

24 de junio, 1981

—Remus, necesitamos... —comenzó Sirius, pero no lo escuché. Tenía la mano de Meredith aferrada a la mía, como si así pudiese revivirla de alguna forma.

—No —interrumpí. No quería moverme, no quería escucharlo, no quería nada.

—Señor Lupin —Alastor Moody puso una mano en mi hombro, pero me lo sacudí con fuerza.

—¡Dije que no! —espeté, aferrándome aún más a ella. Vi cómo los Prewett hacían flotar el cuerpo de Marlene hasta la cama.

Más miembros de la orden habían llegado. Peter y Sirius estaban inclinados a mi lado, Frank y Alice conversaban con Dumbledore pero no me molesté en escucharlos. No fue hasta que Dorcas llegó y empujó a los Prewett para que se alejaran de Marlene que pude despegar los ojos de Meredith, de su cuerpo.

—No, no, no puede ser verdad —sollozó ella, se hincó junto a la cama en la que la habían dejado—. No, Marlene, por favor —qué podía hacer, qué podía decirle si yo mismo sentía que iba a morirme con Meredith. Fue Sirius el que tuvo que ponerse de pie y consolarla, ya que yo no aceptaba que nadie se acercara a mí.

Me sorprendió lo compuesto que estaba, aunque claro, en ese momento no me importaba nada más que la sensación de que mi pecho iba a explotar de tristeza. No supe cuánto tiempo transcurrió, pudieron haber sido minutos o pudieron ser horas, en ese momento nada importaba, todo era vacío.

Me sentía demasiado débil cuando Sirius y Peter por fin lograron levantarme del suelo. No supe cómo lograron llevarme a casa, sabía que había llorado y gritado, pero todo parecía algo lejano, como si mi alma hubiese abandonado mi cuerpo, no me importó que los miembros de la orden me miraran así, absolutamente todo había perdido importancia, hasta yo mismo.

Estaba tirado en la cama, casi inconsciente. Sirius y Peter estaban sentados uno a cada lado mío, sin decir nada, qué podían decir en realidad, probablemente los habría callado si hubiesen intentado consolarme.

Escuché que tocaban la puerta con energía, pero no me moví, no me importó, en ese momento no podía pensar en nada más que en la imagen del cuerpo de Meredith tirado en el suelo, estaba impresa en mi mente sin que pudiera borrarla, atormentándome.

Peter salió del cuarto y volvió al poco rato, me miró a mí y luego a Sirius. Le susurró algo al oído, pero no podía importarme menos, lo único que quería era que fuese Meredith quien tocaba la puerta, pero claro, no era tan estúpido como para pensar que eso pasaría, y la impresión aun no desaparecía para abrir paso a la esperanza.

—Eh... —comenzó Sirius, rascándose la nuca— es la señora Ferguson, o como sea su nombre —carraspeó—; ya sabes, de la casa.

Me cubrí el rostro con la almohada. No podía ser. Por qué no me moría. No entendía por qué aún no me había muerto para ir con Meredith. Lo único que quería era dejar de existir, estar muerto igual que ella. Por qué demonios no me moría.

—No me importa —respondí, mi voz salió amortiguada por la almohada que aun cubría mi cara.

—Remus... —dijo Peter, pero no lo dejé continuar.

—No me importa —repetí. Aspiré el olor de la almohada. Olía a ella, a Meredith. Maldita sea, por qué no me moría. Sentí las lágrimas salir de mis ojos otra vez, no importaba lo mucho que me doliera la cabeza, al parecer aun podía seguir llorando.

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