28. Aislamiento

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"I'd like to be my old self again, but I'm still trying to find it"


Remus Lupin

10 de julio, 1981

La casa de Sirius no se sentía tan lúgubre como la mía. Mi casa. Mi apartamento. Nuestro apartamento, o más bien el lugar dónde debería vivir pero ya no quería. No me había atrevido a regresar después del funeral.

Estaba ahogándome con una rabia que no podía explicar. Un hombre sentado frente a mí, al otro lado del comedor, me extendía una pluma. Aquel momento era el último en el que había pensado cuando Meredith murió, pero era inevitable, y una persona tan responsable como ella obviamente tenía listo un testamento en caso de que algo pasara.

No sabía por qué, pero aquello me molestaba. Como si ella hubiese visto la posibilidad de su muerte, y en lugar de quedarnos juntos, alejarnos de todo el desastre que nos rodeaba, decidió ignorar el peligro y terminar muerta. Y para colmo, me lo dejaba todo a mí.

Cuando Sirius entró a la casa y nos miró con expresión confundida, le arrebaté la pluma al hombre y por fin firmé el documento. Ahora todo era mío. Ella había dicho que era nuestro, pero ya no estaba, y yo para qué demonios quería su dinero. Maldita sea, ninguna cantidad llenaría el vacío que había dejado y toda la fortuna del mundo no podría traerla de vuelta.

El hombre se despidió con una inclinación de cabeza y salió de la casa. Sirius no decía nada, se inclinó a leer el documento, pero yo lo tomé y lo arrojé al otro lado de la sala.

—Oh, tranquilo —exclamó él, levantando las manos—, no hay por qué ponernos agresivos.

—Sí, claro —espeté, maldiciendo por lo bajo. Ni siquiera... demonios, ni siquiera sabía qué seguía haciendo ahí.

—Parece que alguien necesita beber algo —salió de la habitación y regresó con un par de vasos de cristal. Lo acepté un poco receloso, supuse que algo de alcohol no me haría mal, las cosas en realidad no podrían estar peor.

A medida que el amargo líquido bajaba por mi garganta, sentía cómo la rabia subía. Sirius tomaba frente a mí en silencio, seguramente no sabía qué decir. Continué hasta qué sentí el calor del alcohol en mi rostro, lo cual me ayudó a por fin explicar la situación.

—Era un abogado —dije por fin—, vino a leer el testamento de Meredith, o lo que sea.

—Claro —él asintió con la cabeza, comprendiendo un poco mi arrebato de hace un momento—, ¿qué piensas hacer?

—¿Sobre qué?

—Sus cosas —respondió, como si fuera lo más obvio del mundo.

Su pregunta me molestó, a qué se refería con eso, él lo había dicho, eran las cosas de Meredith, no mías, no tenía nada qué hacer con ellas. Azoté el vaso contra la mesa, pero no se rompió, no sé por qué esperaba que eso pasara.

—¿Qué más debería estar haciendo? —espeté con molestia, era obvio que el alcohol había soltado mi lengua— ¿Qué otra maldita cosa está en mi lista de quehaceres? —no supe en qué momento comencé a gritar— Los mortífagos matan a mi esposa y en lugar de poder quedarme tirado en el suelo todo el jodido día, tengo que organizar y hacer todas estas cosas que ni siquiera me interesan.

—Lunático... —comenzó Sirius, pero no lo dejé continuar.

—¡No! —grité, golpeando la mesa con el puño— ¡Ella me abandonó! —cubrí mi rostro con las manos, de repente me sentía muy cansado— Yo no la dejé, ella se fue, me dejó aquí solo, completamente solo y con un millón de cosas qué hacer —respiré hondo, me negaba a dejar que las lágrimas me vencieran de nuevo—; la vida dejó de tener sentido y yo... —se me cortó la voz— es complicado.

Viejos amigos | Remus Lupin | MerodeadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora