31. Nuevo comienzo

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"And I left my scarf there at your sister's house and you've still got it in your drawer, even now"

Remus Lupin

24 de junio, 1993

—Hola —saludé, asegurándome de que no había nadie más alrededor—, mira esto —me senté en el suelo frente a la lápida y arrojé el periódico frente a ella, había salido ese día, ese terrible día—. No puedo creerlo... —continué.

Hablar con Meredith había sido, en aquellos últimos años, la única constante en mi vida. Con los trabajos inconsistentes, el poco dinero, la nula cantidad de amigos y las pocas noticias, no había nada seguro.

Por qué había tenido que escoger aquel día. Maldita sea, Sirius, siempre tan oportuno.

—Sabía que el ministerio era inútil, pero que hayan permitido que escapara... —negué con la cabeza—, claro, seguramente no saben que es un animago —algo más ilegal, por supuesto. Miré la desgastada inscripción del nombre de Meredith en la piedra y pasé mis dedos por las letras intentando permanecer calmado, pero la rabia subía por mi pecho hasta mi garganta. Apreté la bufanda de Ravenclaw que tenía amarrada en el cuello, como si eso pudiese desaparecer aquella sensación.

Era el aniversario número doce de la muerte de Meredith, y todos esos años, desde que habían asesinado a los Potter, pasaba las noches preguntándome si Sirius sabía que iban a asesinar a Marlene, y por extensión a Meredith; si había tenido algo que ver con eso, incluso si había estado ahí, si él... podía ser, era bastante lógico. Lo único que no alcanzaba a entender era cómo había podido mantener un acto de tristeza y pesar tan perfecto, tan convincente, que creí que había llorado a Meredith tanto como yo.

Me pregunté si mataría a Sirius si tuviera la oportunidad, ahora que había escapado de Azkaban. Una parte de mí había olvidado el profundo rencor que le tenía, lo detestaba tanto que olvidé por qué, se convirtió en un odio sordo, siempre presente. Ahora, viendo su rostro enloquecido en aquel periódico, recordé toda su traición como si hubiese ocurrido ayer.

Tomé el periódico y lo arrojé lo más lejos que pude. No, no iba a dejar que la imagen de Black siguiera atormentándome, no en ese momento. Era mi único tiempo tranquilo y lo iba a pasar con Meredith, aunque dentro de mí supiera que en realidad no estaba ahí y yo solo me regodeaba en mi eterna soledad.

Me habría gustado decir que todo lo que ocurrió aquellos años durante la guerra me rompió el corazón, pero la realidad era que rompió mucho más que eso: rompió mi vida entera.

*****

5 de agosto, 1993

Me sorprendí al ver el fénix hecho de luz entrar por la ventana.

—Señor Lupin, lo espero en Hogwarts en dos horas, le prometo que no se arrepentirá —Dumbledore, ¿cuánto tiempo había pasado sin escuchar su voz?

Sopesé su invitación, aunque parecía más una orden, como las que enviaba años atrás durante la guerra. Suspiré. Hogwarts. La última vez que había estado en Hogwarts no era uno de mis mejores recuerdos y definitivamente no me emocionaba volver.

Cuando por fin me paré frente a las enormes puertas del castillo, sentí que iba a acobardarme en el último segundo. Toda mi infancia estaba ahí, toda mi vida en realidad. Desde los once años Hogwarts había sido mi hogar, un verdadero lugar seguro para mí, lleno de amor y esperanza. Ahora, de pie frente a su inmensidad, no sentía nada más que tristeza.

Dumbledore no me recibió en su despacho como esperaba, sino que McGonagall (oh, la profesora McGonagall) me indicó que el director se encontraba junto al lago.

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