Parte 4.Jacob.

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El calor en la librería era sofocante a aquellas alturas del verano. Teníamos solo ventiladores. El aire acondicionado se había roto hacía tiempo y el dueño del negocio dijo que hasta el siguiente verano tendríamos que apañarnos con los ventiladores. Tengo la extraña idea de que hay que dejar que la gente se vaya adaptando poco a poco a los cambios de temperatura, como ocurre en el reino animal. Para eso existen la primavera y el otoño. Para combatir las altas temperaturas siempre hay mares, ríos o en su defecto, piscinas. Para combatir el frío están las hogueras, las luces incandescentes debajo de una mesa y el abrigo de tus mascotas de gran pelaje. La gente se empeña en contradecir a la naturaleza.

Una ráfaga de aire fresco entró por la puerta que tintineó.

Tres chicas entraban hablando de su cosas mientras que se colocaban junto a las estanterías para decidir que libro se llevaban.

Una de ellas, con un glorioso cabello color miel, se hizo una cola de caballo, nada del otro mundo y un gesto totalmente normal en cualquier chica joven, pero el olor de su piel y su cabello me llegó con toda nitidez.

Era ella.

Era Marie.

Nunca podré olvidar su olor.

Me puse muy nervioso.

No era lo mismo contemplarla desde la espesura del bosque, incluso aunque ella supiera que la estaba mirando, que verla allí, tan cerca mía.

Si veía mis ojos me reconocería.

Al principio me asusté.

Pero después, cuando una de sus amiga se acercó a pagar un libro que había escogido alargué el momento de cobrarle para ver si ella llegaba también al mostrador.

No lo hizo.

La miré tan fijamente cuando abrieron la puerta para marcharse que pensé que por fuerza ella tenía que notarlo.

Se giró de golpe. 

Echó un vistazo a la librería como si mi mirada la hubiera traspasado.

Creo que buscaba ubicar de dónde le había llegado aquella sensación.

Pero no reparó en el mostrador.

Se fue y yo sentí como el corazón se me congelaba en el pecho.

EscalofríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora