Parte 9. Marie.

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Después de escuchar aquel grito, entre humano y animal, descalza como estaba me adentré en el bosque.

En cuanto pisé la hojarasca noté algo que llegó a mí como una revelación. Percibía los aromas a pino, a ramas cortadas, a vegetación, a matorrales, con una precisión que a mí misma me asombraba. Mi oído también se agudizó. Escuchar los pasos de las gacelas escondiéndose a mi paso me maravilló y atemorizó a la vez. Era como si el bosque fuera mi hábitat natural.

Escuché de nuevo aquel sonido extraño, algo así como un lamento. Sin pensarlo dos veces me acerqué al lugar de donde provenía el gemido. Ante mí sobre las hojas muertas había un lobo boca arriba en actitud sumisa y otros dos muy cerca dominándolo. 

En el momento en que advirtieron mi presencia tres pares de ojos se fijaron con fiereza sobre mi cuerpo. Reconocí de inmediato a la loba que había puesto sus patas sobre mi ventana y en un gruñido había proferido una amenaza. A su lado un lobo descomunal y con la misma intensidad negra en su pelaje, me mostraba los dientes. No cabía duda de que era su macho. El tercer lobo, el que estaba en el suelo me miró suplicante. Sus ojos me retuvieron durante segundos. Aquel brillo castaño lo había visto antes. Observé su pelaje. Castaño dorado. Como el chico al que se suponía que habían encontrado muerto por los lobos.

-Ronald ¿eres tu?

Un destello en sus ojos me dijo que sí.

Era él.

Estaba segura de que era él.

La loba negra le dio un empellón con el hocico para que se levantara. 

Antes de irse los tres los dos lobos dominantes me lanzaron un gruñido y me enseñaron los dientes.

Desaparecieron entre la maleza.

Volví a casa sin poder escapar de lo que acababa de vivir.

Eran humanos. Estaba completamente segura de que eran humanos.

Su forma de comportarse, su forma de mirar, la expresión de sus ojos.

No estaba loca, no me lo había imaginado.

El chico estaba vivo pero ahora era un lobo.


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