Parte 3. Marie.

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Volví a verlo seguido durante varios años. En ese paso que hay entre la infancia y la adolescencia. Yo salía sobre la blanca que nieve que caía sobre las Roche, el pueblo a las afueras de París donde había vivido siempre, y llenaba de alimentos y semillas las casitas que construía para las aves. Particularmente me daban mucha pena los gorriones tan chiquitos y débiles. Entonces lo veía. Sus ojos azules estaban siempre clavados en mí. Se solía colocar donde empezaban los árboles y miraba constantemente la puerta ... durante horas... esperando a que yo saliera.

No tenía la menos duda de que era él.

Jamás olvidaré los ojos azules que me salvaron de morir a manos de los lobos.

Por alguna extraña razón no le tenía miedo. Estaba completamente segura de que no me haría daño. Yo tampoco le haría nunca daño a él.

El punto de inflexión a tan extraña conexión fue el día en que los dos nos mirábamos y avancé hacía él con la cabeza gacha y ofreciéndole mi mano para que la oliera.

Su cuerpo era enorme pero sus ojos estaban llenos de algo muy parecido a la ternura.

No me olió.

Se marchó difuminando su poderosa silueta entre el blancor de la nieve.

Tenía que dejar de salir a mirarlo.

Era un lobo.

Solo un lobo.

EscalofríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora