Parte 11. Marie.

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Me partió el corazón que Adelaine me dijera aquello. Si ella que era mi amiga poco menos que pensaba que yo era una loca obsesionada, mucho más pensaría la gente si contaba lo que estaba dispuesta a relatar.

-Adelaine, te ruego que dejes tus prejuicios un segundo. ¿He sido yo alguna vez una desquiciada? Me he pasado diciéndote toda la vida que sacaras la nariz de entre los libros y vivieras. Te he sacado de tu casa para pasear por el bosque para que dejaras de estar tan blanca. Tu me dijiste siempre que cada uno tenía que hacer lo que amaba y que para tí la felicidad era aprender, leer, escribir, todo lo que supusiera algo cultural. ¿Alguna vez te he juzgado por eso?

Adeliane se quitó las gafas de montura negra y fina.

En los dos últimos años había dado un cambio espectacular. Ya no parecía un ratón de biblioteca, ahora parecía la bibliotecaria sexi de una gran ciudad. Su estilo de ropa no había cambiado mucho. Seguía llevando sus sempieternos pantalones vaqueros, una camiseta de algodón y unas botas altas. Pero su cuerpo se había modelado de tal forma que ahora los pantalones ya no le quedaban holgados y la camiseta daba cuenta de sus pechos bien formados. La cola alta , brillante y oscura con la que recogía su larguísimo cabello ya no le hacía parecer una niña sino una joven sofisticada.

-A ver, Marie, es que no hay nada reprochable en alguien que disfruta aprendiendo. Todo lo contrario, es un bien cada más preciado. Recuerda que en clase de Marketing hemos visto que todo aquello que se vuelve escaso se revaloriza. Yo soy un valor en alza.

-No me cuentes tu vida, Adelaine, tu amas los libros, pues yo amo los lobos.

Me giré y salí por el pasillo de la biblioteca donde estábamos.

Adelaine dejó el libro que tenía en la mano sobre la mesa y me siguió:

-No seas cría, Marie, un libro jamás hizo daño a nadie.

-Eso es muy discutible - respondí. - Todos esos libros de autoayuda que culpabilizan a las personas de que no son felices, o ricas porque no tienen la mentalidad para serlo no creo que hayan hecho grandes cosas por la humanidad, así que no me vengas con milongas.

Seguí mi camino con pasos acelerados hasta que ella, cansada de correr a mi lado, me retuvo cogiéndome del brazo.

-Por favor, Marie, no lo digo por hacerte daño, lo digo por tu propio bien. El pueblo entero quiere dar caza a los lobos. Las madres están atemorizadas de que sus hijos osen entrar al bosque y una manada de lobos los despedace. Nadie entra ya en el bosque. Todo el mundo tiene miedo. Deja de decir en voz alta y en todos sitios que los lobos no son peligrosos. Y sobre todo, Marie, no vuelvas a hablar de licántropos si no quieres que te encierren en un manicomio.

Estaba a punto de contestarle cuando apareció a grandes zancadas la hermana de Ronald.

-Hazle caso a tu amiga, Marie, te dice la verdad. No sé si eres una loca o una estúpida pero en cualquiera de los dos casos vas a tener que buscarte otro lugar para seguir defendiendo a tus amados lobos porque aquí van a dejar de existir. Van a matar a todos los lobos que habiten en el bosque así que, a no ser, que puedas hablar dando aullidos, dentro de unos días tus amiguitos de cuatro patas y dientes afilados serán historia.




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