No supe que los lobos eran en realidad licántropos hasta que ocurrió algo que trastornó al Roche entero. Un compañero de clase en el instituto fue atacado por una manada de lobos. O eso, al menos, era lo que decían las noticias. Mi madre, hasta ese momento tranquila y pareciendo haber disipado de su mente el ataque lobezno que sufrí de niña, comenzó a estar muy alterada.
-Hay quien dice que van a dar caza a todos los lobos que hay en el bosque. Yo no digo que los maten, pero al menos que se los lleven a lugares más deshabitados que este pueblo. Por Dios, estamos cerca de París. ¿Qué tal si empiezan a acercarse cada vez más a la ciudad?
-Eso es absolutamente imposible, mamá. El hábitat natural de un lobo es el bosque. Si se acercaran a París es que algo estaríamos haciendo muy mal.
Mamá dejó de pelar las zanahorias que luego cortaría en juliana para preparar un estofado y dijo:
-Marie, pareces haber olvidado que casi te mata una manada cuando eras una cría.
Mamá hablaba a trompicones y advertí como luchaba por no dejar salir sus lágrimas.
Me levanté de la silla y le di un beso.
-Ya sigo yo, mamá. Te aviso en cuanto la cena esté lista. Tu ve a escribir tus poesías.
Mamá era un ser muy espiritual y como todos los seres muy espirituales se le hacían cuesta arriba las cosas mundanas como tener la casa arreglada o hacer las comidas. Aunque en honor a la verdad hay que decir que lo intentaba.
Apenas había salido de la cocina me asomé al patio. La luz invernal ponía brillos de plata en la copa de los árboles y allí, envuelto en el vaho de su propio aliento estaba mi lobo con sus maravillosos ojos azules.
Cogí de la nevera un trozo de carne que había guardado para él y salí.
Me acerqué lentamente.
Mi lobo no rehuyó.
Confiada me acerqué aún más. Estaba tan cerca que podía tocarlo pero no lo hacía porque tenía miedo a que saliera huyendo. Dejé caer el trozo de carne al suelo.
Por raro que pueda parecer no miró el trozo de carne. Siguió mirándome a los ojos.
Había restos de sangre en su hocico.
-¿Has sido tú? - Pregunté como si pudiera entenderme. -¿Has matado tu al chico del pueblo?
Obviamente no podía contestarme pero en sus ojos vi una intensa tristeza.
Y entonces, como algo que era absolutamente inaudito, hizo un gesto humano. Cerró los ojos como si un viejo dolor lo atormentara. Me sentí tan conmovida que alargué mi mano y toqué su pelaje blanco. Era áspero en la superficie pero algodonoso y suave por debajo. Hundí más aún mis manos en el pelo del animal. Mi lobo apoyó su cabeza enorme en mi hombro. Y lo abracé. Lo abracé como si fuera el perro de la familia. Yo era totalmente consciente de que aquello sobrepasaba los límites de lo que era normal entre un lobo y un humano. Entonces, cuando más a gusto estaba, escuché un aullido.
Frente a mí había un lobo inmenso, mirándome de una forma que hubiera asustado al cazador más experto. De sus fauces colgaba una babilla acuosa y espesa como si estuviera salivando para atacarme y comerme.
Mi lobo se incorporó y adoptó una expresión agresiva. Devolvió el aullido al otro lobo y acto seguido me empezó a empujar con el hocico hasta que me dejó en la puerta de mi casa. No dejó de mirarme hasta que entré dentro.
Me fui rápidamente a la ventana para observar qué ocurría.
El lobo contrario se abalanzó sobre el trozo de carne cruda que yo había dejado en el suelo para mi lobo.
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Escalofrío
WerewolfSolo recuerda que tenía los ojos azules, era grande y la había salvado de una muerte segura...¡y era un lobo!