Parte 8. Marie.

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Hacía días que había ocurrido lo de mi lobo. Días enteros con sus largas noches en las ue me había quedado perdida en su olor. Lo recordaba a cada instante. Por las mañanas me entretenía en el instituto pero las tardes eran mortales y no dejaba de asomarme al patio para ver si veía su sombra en la espesura del bosque.

Lo más reseñable desde la última vez que había visto - y tocado- a mi lobo, había sido la visita al instituto de un joven policía que según nuestra tutora había estudiado allí. El pueblo no era lo suficientemente pequeño para que todo el mundo lo conociera así que a mí no me sonaba ni el nombre ni el apellido del tal Philippe Morris. 

Durante un buen rato nos habló sobre las maravillas de pertenecer al cuerpo de policía. Según él era una salida más que honrosa para quién no quería o no podía por medios económicos ir a la universidad, pero claro, el tema se desvió cuando una chica de la clase dijo:

-¿Es cierto que fueron los lobos los que mataron al chico del instituto?

El policía no podía parecer más incómodo.

-No puedo dar detalles de la investigación pero no debemos dar nada por supuesto. De haber sido los lobos solo sería un accidente aislado. Los lobos en Roche y en todos los lugares del mundo son criaturas pacíficas que, a menos de ser atacados, no suelen ser violentos. Todo lo contrario, huyen de los humanos. De manera que no adelantemos acontecimientos. En diez años solo hemos tenido el ataque de dos lobos, y uno de ellos se están investigando todavía.

Estaba claro que el primer "accidente" que se había registrado desde hacía diez años y que había sido "comprobado" por la policía era el mío. Era conocido por todo el mundo que fui atacada por los lobos mientras me columpiaba en el jardín de mi casa.

Por la tarde fui a casa de mi amiga Adelaine. En otros tiempos habíamos pasado las tardes juntas y casi siempre en mi propia casa. Razón: Mi madre nos dejaba tranquilas y no nos controlaba como ocurría con la madre de Adelaine. Digamos que la madre de Adelaine era una madre normal; de esas que hacen bizcochos para merendar, procuran que siempre haya comida en la nevera y hacen deliciosas cenas familiares, por supuesto en su casa no había ni resto de polvo ni una balda sucia. El precio a pagar por su maravillosa forma de llevar el hogar era ese; el control. 

ADELAINE DESPLEGÓ LAS FOTOGRAFÍAS QUE HABÍA HECHO EN LA ÚLTIMA SEMANA ANTE MI MESA MIENTRAS DOS CAFÉS CARGADOS Y HUMEANTES REPOSABAN SOBRE LA MESA.

Adelaine vivía con su cámara fotográfica sobre el hombro.

Ella decía que la vida eran momentos y los capturaba.

Había un buen montón de instantáneas con mi imagen. Pero una llamó poderosamnete mi atención. 

Era una foto de mi lobo.

No había podido tomarlo de cuerpo entero porque obviamente no habría podido acercarse demasiado. Pero sus maravillosos ojos azules habían sido inmortalizados.

Adeliane vio tal devoción en mi cara que me dijo:

-Puedes quedártela.

Cuando se marchó yo sentía la necesidad de abrir la puerta que daba al porche y respirar el olor a bosque.

Con una taza de té en las manos me apoyé sobre la barandilla e inspiré profundamente...

¡Y entonces escuché el grito!






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