Los pasillos estaban tan desiertos como casi nunca estaban.
Vio unos cuantos cortesanos que rápidamente entraban a alguna sala para desaparecer de su camino o hacían reverencias antes de huir apresuradamente.
Al parecer la ira del emperador ya empezaba a hacer efecto.
Ocer la flanqueaba junto sus mangas tipo lianas de perlas que acariciaban sus caderas.
Cuando llegó al Palacio de Luckpert el Soberano de Vilacent estaba ahí para darle la bienvenida que recibía siempre que llegaba a los Palacios Imperiales. Habitualmente más personas la recibían, pero esa vez solo estaba el Soberano Ruchbah con su cabello pelirrojo rizado decorado con una tiara de diamantes. Los acompañó al salón de reuniones donde todos estaban alrededor de una gran mesa de vidrio verdoso.
El Emperador le sonrió con su gigantesca corona imperial sobre su cabello castaño. Sentado en la cabeza de la mesa mientras todos usaban pequeñas diademas. Elaenia se acercó al Emperador que tenía una mano moviendo tranquilamente sobre el brazo de la silla. Como si estuviera extrayendo los miedos más profundos de sus enemigos con el insignificante don que poseía. A su derecha Aillard le sonreía sin señales de su oscuridad y Brusis tampoco estaba doblando lápices con su don como cuando les daban juntos lecciones de niños.
Elaenia vio a Aidano. Con la tensión en su cuerpo que solo Elaenia podia sentir. Los once Soberanos la reverenciaron con la cabeza mientras los demás se levantaban para hacerlo. Con paso lleno de elegancia felina le dio una reverencia al Emperador. Los Príncipes sonrieron cuando no los reverencio, tenían casi los mismos títulos.
-Elaenia querida, siempre es un deleite tenerte conmigo en la Corte- dijo el Emperador.
-Majestad el gusto es mío- dijo Elaenia sonriendo.
El Emperador le hizo un gesto para que se sentara a su lado, enfrente de Aillard en su lugar privilegiado.
- La Soberana Acubens estaba sugiriendo tomar medidas con el jueguito de hoy- dijo el Emperador mientras daba un ademán a la Soberana para que hablara.
-Majestad, yo sugiero torturar a los rebeldes para encontrar culpables y castigarlos- dijo la Soberana de Hymblent con su su tiara de picos -en Hymblent tenemos muchos.
-Se multiplican como roedores-gruño el emperador dando una mirada al mapa de la mesa.
- Si lo hacemos debemos ser discretos, no queremos más ruido del que tenemos- dijo la Soberana de Wolkang con su corona de circones y jade en cada punta.
- Si, lo haremos discretamente, no lo hacemos a menudo, pero esta vez no queremos más problemas - concordó el Emperador.
Elaenia estaba escuchando mientras pensaba en que tal vez tendría que cancelar para la fiesta de Anesger. Si el Emperador la ponía al mando del movimiento que estaba segura que sucedería al siguiente día en respuesta. Ella se sentiría mal si cancelaba el evento que le había insistido tanto su amigo.
Su padre, aunque en la Corte era el Soberano de Iskambret no mostraba interés en su presencia. Aunque Elaenia sabía que le comía verla de la manera que siempre había hecho: retándola. Pero él estaba hablando con el Soberano de Esterl mientras el Soberano de Krusten hablaba de que controlaría la información desde Krusten a favor de ellos, moviendo sus manos elegantemente junto su brazalete de hojas enrolladas, como el don de la naturaleza que tenía.
Hasta que Virget, el General de la Armada de Zyreew se acercó. Susurrándole al Emperador. El Emperador lo vio y asintió para que se quedara parado a su lado.
-Los roedores han abastecido a todo el Imperio con la noticia del ataque- dijo el Emperador mientras todos se quedaban en silencio.
Llamar al problema con otro nombre no solucionaría nada, pero en conclusión los rebeldes sabían como alborotar el fuego.
Teniendo en cuenta la magnitud del problema que eso ocasionaría. Antes ellos habían controlado las noticias de los pequeños ataques. Algunos hablaron indignados con otros Soberanos mientras Elaenia escuchaba a su padre.
-Entonces podemos empezar a eliminar del mapa, empecemos con un toque de queda, eso les quitara ingresos y aumentaremos los nuestros- dijo su padre con firmeza, sin mover su corona de oro, más pequeña que la de Elaenia.
Esa era una táctica común que incluso ella usaba.
- ¿Dónde sería eso? - le preguntó el Emperador a su padre, que era su amigo y de los más poderosos al estar al mando de la capital de Zyreew, Iskambret.
La Corte en la que ella había nacido y la cual había abandonado.
-Nashel, empecemos desde la raíz- indicó el Soberano de Esterl que estaba al lado de su padre con las manos entrelazadas sobre la mesa, tenía buen porte-tenemos la fuerza para controlar a la población, no tendremos problema.
Aidano no asintió ante la idea. Solo veía a los Soberanos como un lobo midiendo la amenaza de que intervinieran su ciudad. Elaenia cruzó la mirada con Aillard que levantó una ceja con su cabeza reposando en su mano. Sonriéndole en algún tipo de saludo.
Elaenia recordó cómo pudo haber sido la próxima Emperatriz, al lado de Aillard.
El próximo Emperador.
Si ella no hubiera escapado de las jugadas y maniobras de su padre y el Emperador, dándoles la libertad de la que gozaban ambos. Se miraron por un largo tiempo, pensando lo mismo. El destino que habían evadido.
Los dos salieron de sus pensamientos como si estuvieran viendo un pozo sin fondo. Sin respuestas de lo que pudo haber sido.
Él le dijo en el silencio de su mirada que hablara, que destruyera a su padre. Ella le respondió alzando el borde de su boca con una pequeña sonrisa maléfica.
-Eso ocasionaría más habladuría, además de acciones por parte de todos como hemos tenido en las últimas elevaciones de impuestos. No solo afectan a la clase baja. Necesitamos miedo, no enojo cegado por venganza, la venganza que ellos tienen su fe en los rebeldes- dijo Elaenia para que todos callaran.
El Emperador sonrió con satisfacción ante las palabras. Todos la observaron. Esperando el espectáculo de palabras que saldrían de sus labios color bugambilia, siendo parte del gran movimiento que se vendría.
-Si ya saben acerca del ataque no nos tenemos que esforzar por la distracción, un punto a favor para nosotros al igual que para ellos. Ya se incendió así que solo hay que apagarlo- dijo mirando al Emperador con la misma fría calma en sus brillantes ojos verdes - todo este tiempo ellos han juntado la basura que les tiramos y han hecho armas. Pero sigue siendo basura contra nuestro metal.
Brusis jugueteo con su pluma dorada mientras la observaba.
-Hay que empezar silenciando voces. Los portavoces que han distribuido esta información serán esenciales para nosotros al igual que lo utilizaron los rebeldes, ya que pasarán nuestro mensaje al igual que están haciéndolo en este momento. Las familias de los líderes serán esclavizadas porque son mejor que muertas, cuando alguien no tiene familia es fácil arriesgar su vida por los rebeldes, no tienen nada que perder.
El Emperador le dio un asentimiento, dándole más cuerda para seguir con su plan.
- Se que las prisiones han estado alborotadas e incluso se sabe que hay cierta corrupción entre los directores. Ahí deben de tener las orejas de su organización. Los rebeldes en la prisión de Esterl han estado provocando actos de rebeldía en otros campos de trabajo como los de Eveleck, se han mostrado poco flexibles hacia la mano que los alimenta- dijo ella y agregó con arrogancia y crueldad- no nos sirven, hay que aniquilarlos.
Sonrió mientras tomaba un sorbo de su copa de champagne. Sin importarle la mirada llena de ira del Soberano Helarctos al acusarlo de no tener mano firme con sus prisiones y campos de trabajo. Elaenia lo enfureció más al ignorarlo. Todos observaron cada uno de sus movimientos. Su padre hervía por dentro, mientras el Emperador sonreía cruel al igual que ella.
Personas con diferente tipo de poder, pero igual de mortal.
ESTÁS LEYENDO
El Poder Siniestro
Fantasía¿Un villano es el malo de los buenos o el bueno de los malos? Elaenia se ha hecho nombre por su crueldad y la favorita del Emperador al ser la única persona que tiene poderes en todo Galec. La mujer más poderosa de un imperio. Tres hombres encaden...