Capítulo 1

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Comenzar siempre es horrible

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Comenzar siempre es horrible. A mí, personalmente, nunca me ha gustado. Y mucho menos si ese comienzo en cuestión se refiere a mudarse, salir de tu zona de confort y empezar de cero en un sitio que solo conoces de oídas y un par de fotos perdidas en un álbum viejo.

No obstante, debo reconocer que tiene su propio encanto. Perdido en las montañas, mi nuevo hogar está repleto de verde. Hay árboles por doquier y, vayas donde vayas, el olor a fresco, a lluvia y a bosque te acompaña. De hecho, es suficiente con alejarse un par de metros de la última casa para que la maleza y la vegetación te dé la bienvenida en un estallido de color verde y marrón.

Al parecer, el pueblo limita con una reserva natural de bastante renombre. Su principal orgullo: los lobos.

—Cariño, ¿sigues ahí?

La voz de mi madre a través del altavoz del móvil me trae de regreso y me saca del sopor en el que había logrado introducirme. Me incorporo y me revuelvo en mi sitio, intentando encontrar una mejor postura en el incómodo asiento del autobús. Ahogo un bostezo.

—Sí, sí, perdona. —Apoyo la cabeza en la ventana y pierdo la mirada en el bosque que se sucede como un borrón a un lado de la carretera—. Anoche no dormí muy bien. El colchón tiene muelles.

La risa de mi madre resuena en mi oído y yo, por inercia, esbozo una sonrisa cansada. De fondo escucho la voz de mi padre, aunque no entiendo lo que dice. Sospecho que está soltando algún comentario malicioso hacia mí.

—Tu padre pregunta si a la abuela todavía le queda café en el armario.

—Muy gracioso —gruño—. Solo me he tomado una taza. ¿Qué tal vosotros? ¿Cuándo vendréis?

El suspiro que suelta mi madre me indica que, al menos, tardarán los dos meses que prometieron cuando nos despedimos.

—Lo siento, cariño. Estamos haciendo todo lo que podemos, pero el papeleo avanza lento. Tu padre tiene demasiados pacientes y dejarlo todo listo requiere su tiempo.

Ahora soy yo la que suspira.

—Lo sé. Es solo que os echo de menos —murmuro—. Aquí no conozco a nadie más que la abuela y... —Prefiero no continuar para no pensar más en el asunto.

Mi madre contesta que ya lo sabe, que me entiende y que ellos también me extrañan justo cuando el autobús gira a la izquierda y se adentra en un camino recién asfaltado custodiado por enormes cipreses y abetos intercalados. A medida que nos vamos acercando, la Universidad surge entre los árboles como un edificio antiguo, de ladrillo rojo y ventanas blancas. A sus espaldas, la ladera de una montaña se eleva junto con el bosque. De nuevo, mire donde mire solo veo árboles.

—Te tengo que dejar mamá, hablamos más tarde.

Cuando bajo del autobús, el aire fresco me golpea con intensidad. Anoche llovió y todo huele a humedad. Sigo a la multitud hacia la entrada principal del edificio y miro a mi alrededor intentando hacerme a la idea de que a partir de hoy estudiaré aquí. Junto al aparcamiento hay una zona de césped con bancos y no me cuesta imaginarme pasando ahí más de una tarde rodeada de apuntes.

El destino de la luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora