Capítulo 2

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—Dame una buena razón por la que no deba molerte a palos y tirar tu cuerpo por una cuneta —gruño nada más abrir la puerta del copiloto y sentarme con toda la brusquedad que puedo

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—Dame una buena razón por la que no deba molerte a palos y tirar tu cuerpo por una cuneta —gruño nada más abrir la puerta del copiloto y sentarme con toda la brusquedad que puedo.

Jared ni se molesta en mirarme y me tiende un vaso de cartón lleno de café humeante.

—Soy tu mejor amigo.

—He dicho una buena razón —repito, cerrando de un portazo. Al instante, lo único que huelo es la intensidad y amargura del café.

No hace falta que lo vea para saber que Jared ha puesto los ojos en blanco. La gravilla bajo las ruedas resuena como el chasquido de múltiples canicas cuando el coche da la vuelta para regresar a la carretera.

—Matarme es un delito —comienza a argumentar, y me arrepiento al instante de haber elegido ese tema de conversación—. Eso como punto número uno. Como punto número dos, además, si me matas, te quedarás sin conductor.

—Me las apañaré —aseguro, y tomo un sorbo del café. No pienso aceptar su ofrenda de paz premeditada, pero necesito tener algo en mis venas que me mantenga despierto—. Por si lo has olvidado, sé conducir y me quedaré con tus llaves del coche.

—Ni lo sueñes. Continuemos con el punto tres, ¿quieres?

—No.

—Si me matas —continúa, haciendo oídos sordos. Ahora soy yo el que pone los ojos en blanco y me concentro en el bosque para no tirarle el café encima—, y te para la policía, necesitarás explicar por qué tienes mi cadáver en el maletero.

—La gran mayoría del cuerpo policial me conoce, imbécil. Bastaría con explicarles que te has presentado en mi casa sin invitación alguna y te has dedicado a tocar el claxon durante toda una jodida hora para impedir que pudiera conciliar el sueño tras una noche en vela. Estoy seguro de que estarán de acuerdo en que dejarte fiambre ha sido la mejor decisión de este siglo. Mis ojeras hablan por sí solas.

—¿Y tú pretendes ser abogado? —exclama con horror exagerado—. Mal vas si comienzas en el bando de los corruptos incluso antes de empezar la carrera.

—Situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Siempre viene bien saber defender a un culpable, mucho más si ese eres tú mismo.

—Ah, así que reconoces que matarme es un crimen.

Me mira de reojo con una sonrisa maliciosa y divertida. Yo, como toda respuesta, esbozo una aún peor antes de ocultarla tras el vaso de café y tomar otro trago.

—Eso depende del punto de vista.

Jared no puede aguantar la carcajada y niega para sí mismo. Baja la ventanilla y al momento el zumbido del viento a nuestro lado queda audible. El intenso olor a pino y humedad me acaricia la nariz y consigue que me espabile un poco más. Acepto, resignado, que tendré que ir a clase lo quiera o no y enciendo la radio mientras sigo bebiendo del café.

El destino de la luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora