Salgo del cuarto de baño envuelto en una nube de vapor y con el pelo todavía húmedo. Descalzo, regreso a mi habitación con el objetivo de encontrar algo decente que ponerme. Cuando abro el armario, mi triste colección de cuatro camisas me da la bienvenida en un montón arrugado y apelotonado al final de la barra de perchas. Ahogando un suspiro, las saco todas y las coloco en procesión sobre la cama. Intento decidir cuál de todas es la más apropiada para la ocasión, pero ninguna me convence. Entonces, recuerdo que tengo otra más, olvidada en una bolsa de papel que lleva ya varios meses en una de las baldas más altas.
—Selene, te adoro —murmuro a la nada, volviendo a enfrentarme al armario y alcanzando la camisa que me había regalado, en lo que a mí respecta, hace ya tanto tiempo.
Solo han pasado un par de meses, pero muchas cosas han sucedido desde entonces y siento que ese confuso día en la cafetería ocurrió hace toda una vida. Jamás hubiese pensado que esa chica atrevida, espontánea y de sonrisa brillante, acabaría con alguien como yo. Mi vida es deprimente, y mi personalidad dista mucho de la que era hace un año o de la que hubiese podido ser en otras circunstancias. Y, aun así, aquí estoy: teniendo a la novia más maravillosa del mundo y preparándome para pasar la Nochevieja en su casa junto a su familia.
No sé muy bien qué esperar de esta noche; el recuerdo de la cena de Navidad todavía sigue fresco y estas fechas son duras, tanto para pasarlas en solitario como en compañía. Sin embargo, salir de casa ya es una distracción en sí misma, y sé que con Selene puedo ser yo mismo sin temor a recibir luego un montón de preguntas para las que no tengo respuesta.
El camino hasta su casa se me hace corto, y durante el trayecto no puedo evitar fijarme en la gente que veo por la calle, en las familias que se reúnen y que se reencuentran para pasar juntos esta noche. Su felicidad escuece, pero el saber que no estaré solo las próximas horas me es consuelo suficiente y evita que me desespere, más o menos.
Vuelve a nevar —lo lleva haciendo toda la semana—, y mis pasos crean un camino de huellas en el jardín delantero y sobre las escaleras de la entrada. Siento el viento helado morderme la piel, pero el frío no me afecta y me permito un momento para observar el vaho que crea mi respiración antes de tocar al timbre.
Tras unos segundos de espera, es Sarah la que me abre la puerta. Me recibe con un abrazo y preocupándose en exceso de que solo lleve una fina cazadora por encima de la camisa. Thomas está en el salón, enfrascado en la tarea de encender las velas de la mesa; la misma está llena de comida suficiente para el doble de personas. Alice, por su parte, está terminando de decorar una tarta de frutos rojos. Es ella la que me dice que Selene está arriba, terminando de prepararse.
Subo la escalera escuchando a Alice tararear para sí en la cocina. No me sorprende descubrir que hay decoración navideña incluso en la planta de arriba, y sigo el sonido de la música de una banda de pop hasta el cuarto de Selene. La puerta está abierta, y ella de espaldas al pasillo, sentada en su escritorio frente a un espejo para poder colocarse mejor unos pendientes. Me acerco despacio y en silencio, observando embelesado su forma de moverse; su manera de transmitir alegría incluso estando sola. Está en su mundo, balanceándose al compás de la canción que está sonando y sin percatarse aún de mi presencia.
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El destino de la luna
Người sóiLo que más odia Selene es empezar de nuevo. Alec, por el contrario, detesta no poder hacerlo. Cuando ella pisa el pueblo por primera vez, al instante queda claro que son demasiado distintos y, sus mundos, completamente diferentes. Sin embargo, no to...