Lo que más odia Selene es empezar de nuevo. Alec, por el contrario, detesta no poder hacerlo.
Cuando ella pisa el pueblo por primera vez, al instante queda claro que son demasiado distintos y, sus mundos, completamente diferentes. Sin embargo, no to...
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En la penumbra de la noche, los rayos iluminaban el bosque y los truenos retumbaban en el cielo, agrietándolo y haciéndolo temblar. Una lluvia torrencial anegaba la tierra y en los alrededores solo se escuchaban las gotas de agua aterrizando contra el suelo. Oculto bajo todo aquel estruendo, un hombre agonizaba tendido boca arriba en un pequeño peñasco, suspendido en medio de la nada. El vacío se precipita debajo de él como la oscura garganta de una bestia hambrienta y ansiosa.
Al borde de la inconsciencia y, seguramente, también de la muerte, Ashton respiraba con dificultad, aguantando el dolor de todas sus heridas en silencio y preguntándose si resistiría vivo el tiempo suficiente como para que comenzaran a curarse. Sabía que tenía un hombro dislocado, un brazo roto y una pierna destrozada, además de múltiples mordeduras y arañazos. El dolor punzante en el lado izquierdo del cráneo le confirmó que la caída le había abierto la cabeza. Al menos no sentía el ardor de la plata por ninguna parte.
Todo había sido muy rápido. Su caída les había arrebatado a sus enemigos la posibilidad de emplear algún arma contra él. Aunque su muerte estaba asegurada dado su estado, no dudaba de que ahora mismo Chris ardía en rabia por no ser él el que lo rematara.
Sonrió con esfuerzo hacia la nada. Al menos le había impedido aquel capricho.
Creyó distinguir entre el ruido de la tormenta múltiples aullidos que lo buscaban, varios metros por encima de donde se encontraba. No sabía si eran amigos o enemigos, aunque lo más probable era que fuesen lo segundo. Sin embargo, ya daba igual. No podía mover un solo dedo. Si lo encontraban todo habría acabado; no podría defenderse.
Cerró los ojos, sucumbiendo al cansancio y al dolor y se concentró en respirar. Comenzaba a tener frío. Él, quien se suponía que no podía sentirlo. Sonrío una vez más, sin fuerzas, movido por la triste y cruel ironía. Al parecer, la muerte era igual para todo el mundo, humano o licántropo.
En el cielo voces y gritos resonaron como un trueno. ¿O era él el que estaba arriba? No. El barranco. Se había caído por el barranco.
Había estado huyendo.
Tenía que proteger a su hija.
Querían matarlo.
Aullidos.
Abrió los ojos una vez más, con la vista nublada y desenfocada. Las gotas de lluvia estaban siendo iluminadas por linternas procedentes de alguna parte. Pero él estaba abajo, demasiado abajo. La luz no lo alcanzó y volvió a sumirse en la oscuridad, esta vez para siempre.