—Aquí tienes.—Gracias.
Marta, la madre de Roy, me deja la ropa encima del respaldo de una silla y yo no puedo evitar suspirar, preguntándome por qué siempre tienen que pasarme este tipo de cosas a mí. Annie, sentada con las piernas cruzadas en el único sofá que hay en la habitación, mordisquea un sándwich de pavo mientras me mira con curiosidad y confusión. Delante de ella, en la mesilla, sus deberes la esperan a medio hacer.
—¿Qué te ha pasado? —murmura al fin, anclando sus ojos en el enorme manchurrón que tengo en el pecho.
Yo gruño una respuesta incomprensible, en la que maldigo a los tipos que tengo por amigos, y me quito la prenda para dejar de sentir la desagradable sensación de la tela húmeda adhiriéndose a mi piel. Apesto a café.
—Un accidente, Annie, no es nada —aseguro, aunque mi rencor viaja automáticamente más allá de esas cuatro paredes en dirección a una mesa en particular.
Junto a mí, su madre bufa.
—¿Qué accidente ni qué ocho cuartos? —espeta, arrebatándome la camiseta de las propias manos con un tirón decidido—. Roy, eso es lo que ha pasado. Tu hermano tiene que aprender a prestar atención a su alrededor. Y luego pretende que le deje deambular él solo por el bosque y no sé cuántas tonterías más. ¡Ja!
Sin poder evitarlo, esbozo una sonrisa torcida, olvidando por un momento mi mal humor. Esta mujer y su mal genio me agradan demasiado. Aunque, la verdad, me alegra no tenerla como madre; Roy le tiene cierto pánico y más de una vez he llegado a comprobar el porqué.
—En realidad, creo que él es el que menos culpa tiene de todos —reconozco. Me acerco hasta la silla y me hago con la misma camisa blanca que tienen todos los que trabajan aquí—. Yo tampoco me habría esperado que esa chica estuviera justo detrás. El problema son los otros dos —gruño, haciendo resurgir mi enfado al recordar la risa de Jared e Ethan. Ni siquiera me molesto en evitar que mis ojos cambien de color—. En cuanto les ponga las manos encima ese par de bufones no volverán a reírse en mucho tiempo —aseguro.
—¿Qué es un bufón?
Sorprendido, dejo de abotonarme la camisa y me vuelvo hacia Annie. Por un momento había olvidado que estaba aquí y mi mente se queda en blanco un par de segundos.
—Un bufón es un payaso —contesto al fin—, aunque mucho más irritante e insufrible.
—¿Como esa chica que trajiste aquí una vez y que quería ser tu novia? —pregunta con genuina curiosidad, aunque una mueca de desagrado le tuerce el gesto.
—¡Annie!
Su madre la reprende enseguida y yo, como toda respuesta, suelto una carcajada. Por un instante recuerdo esa única y desastrosa cita con Rebecca y debo reconocer que la niña tiene razón. Aquello fue una muy mala idea.
ESTÁS LEYENDO
El destino de la luna
مستذئبLo que más odia Selene es empezar de nuevo. Alec, por el contrario, detesta no poder hacerlo. Cuando ella pisa el pueblo por primera vez, al instante queda claro que son demasiado distintos y, sus mundos, completamente diferentes. Sin embargo, no to...