Capítulo 19.

1K 52 87
                                    

Me dejo caer en el asiento del copiloto con tal vez demasiada brusquedad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me dejo caer en el asiento del copiloto con tal vez demasiada brusquedad. Hoy ha sido un día horrible y siento cómo el cansancio se va convirtiendo en dolor de cabeza poco a poco. Suspiro, y solo entonces organizo un poco todas las cosas que llevo encima para poder sentarme bien.

—Hola —mascullo a la vez que me peleo con el abrigo y mantengo en equilibrio unos apuntes que no me ha dado tiempo a guardar.

Alec, sin decir nada, se hace con los papeles que bailaban de forma peligrosa en mis piernas y me ayuda a quitarme la incordiosa prenda. De pronto, me siento torpe y anclo los ojos en los apuntes que me tiende de vuelta con tal de no mirarlo a la cara.

—Un mal día, por lo que veo —es lo único que dice, pero es suficiente para que sienta que el cansancio mental regresa a mí.

—Horroroso —me quejo, hundiéndome en el asiento e intentando hacerme un moño con un solo coletero—. Hoy vuelvo a casa con tres exámenes para la misma semana y un trabajo. El lunes que viene también volvemos a tener horas de laboratorio y encima esta mañana me ha bajado la regla, me siento hinchada, tengo un humor de perros, a segunda hora un idiota casi me tira un café encima y...

Me callo, recordando de golpe que a mi lado no están ni Ivi ni Lucy, sino Alec. No sé interpretar su mirada, pero apenas parpadea y no pronuncia palabra alguna. Siento que el calor que tengo aumenta de un momento a otro y que todo mi cabreo se funde en una enorme nube de vergüenza.

—¿Podrías olvidar lo último que acabo de decir? —mascullo, incómoda hasta el nivel de querer bajarme del coche e ir andando hasta casa, pues la confianza que tengo con Alec no incluye este tipo de temas.

Él, sin embargo, me sorprende con una sonrisa torcida.

—No.

La perplejidad me deja inmóvil un instante. Luego, le estampo los apuntes en el brazo.

—¡Alec!

En vez de molestarse, Alec se ríe y por fin arranca el coche. El cielo está sin nubes y el guiño del sol le obliga a disculparse antes de estirarse y rebuscar en la guantera por unas gafas de sol. Por un par de segundos su colonia me envuelve, sutil pero penetrante, por la cercanía y mi atención acaba en el tatuaje de su cuello. Hasta ahora solo había visto un par de trazos negros sobresaliendo de su ropa de vez en cuando, pero ahora me sorprende la silueta de la cabeza de un lobo aullando enredado en varias líneas que no consigo descifrar del todo.

La elección del animal me sorprende, y una corazonada a la que no me atrevo a darle forma me acelera el pulso. Después de todo, y viviendo en el pueblo en el que vivimos, que sea precisamente ese animal el que adorne su piel tiene que ser por algo. ¿Verdad?

Antes de que pueda comprender el dibujo al completo y su significado, Alec se incorpora y el momento se rompe. Entonces, murmura a la vez que retoma el control completo del volante:

El destino de la luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora