❝Porque perseguir la libertad a tu lado era lo más importante para mí.❞
→ Erika nunca dejó de estar rodeada de demonios, y al vivir en el mismo infierno aquella guerrera decidió traicionar a los verdaderos monstruos, a pesar de que eso significara d...
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MIEMBROS DE LA LEGIÓN.
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Erika desabrochó los botones de la camisa aún manchada de su propia sangre y sin prisa alguna, la dejó sobre la percha. Después se deshizo del resto de su ropa y terminó abriendo la llave de la ducha. Escuchó las primeras gotas caer y mirándose una última vez en el espejo entró bajo la corriente de agua caliente finalmente. Necesitaba realmente aquello para despejar su mente aunque fuera por un mísero segundo.
Soltó un suspiro y se llevó las manos hasta su cara para primero apartar las hebras de cabello húmedas de su frente, y luego lavarse el rostro con impaciencia. No sabía desde hacía cuanto tiempo podía tomar un baño tan tranquila, y es que sentía que las últimas semanas habían sido realmente desafiantes para ella misma.
Pero había algo que todavía rondaba por su cabeza sin cesar, y necesitaba respuestas para ello.
━Ese recuerdo...━susurró cerrando los ojos tratando de visualizarlo.
La imagen de aquellas dos pequeñas niñas llorando desconsoladamente permanecía en su memoria. A la izquierda en esa habitación escalofriante había una chica de aspecto descuidado, ropa rasgada y sucia, delgada y con un pelo rubio bastante despeinado que trataba de cubrir sus grandes ojos marrones. Esos iris la miraban pidiendo ayuda, como si fuera a morir en aquel instante si no hacía nada; y es que el miedo era la única expresión que pudo notar en su rostro.
Y a la derecha se encontraba una niña algo más alta que la otra, de igual aspecto descuidado pero con un largo cabello negro y brillante que la hacía sentir familiar. Ella tan solo la abrazaba y acariciaba su mano tratando de calmarla, diciéndole en silencio que todo estaría bien en algún momento aunque ambas supieran que era mentira.
'Ayúdame por favor... Hermana...' sollozó la menor aferrándose al brazo de la pelinegra, no pudiendo evitar que las lágrimas inundaran su rostro por completo. Esta simplemente asintió aún sin haber mostrado su rostro por completo, intentando hacerla sentir tranquila. Y entonces aparecieron dos sombras altas y delgadas que se sentían amenazantes, y supo que las dos chicas estaban perdidas.
