Sombrero rojo

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Margaret siempre fue una mujer decidida y fuerte, algo que siempre la caracterizó.

Con seguridad toco la puerta incesantemente hasta que fue abierta por un simpático inglés.

—Margaret, que gustó verte —vio como la castaña portaba unos delicados guantes color blanco, noto como está se sacaba uno de ellos y se lo extendía, inconscientemente agarró la prenda. —¿Ocurrió algo-?

Un puñetazo en su mejilla lo hizo callar, la británica tenía la fuerza suficiente para invocar el silencio.

Howard que estaba en la sala presenció eso y de inmediato interfirió.

—¿Pero qué bicho te pico a ti? —pregunto exaltado, se iba a acercar al mayor, pero la castaña se lo impidió arrastrándolo de ahí. —¡¿Estás loca mujer?!

El ojiverde volvió en sí, le ardía la mejilla, pero no era momento de darle importancia a eso.

—¡Margaret! ¿Qué ocurre? —pregunto exasperado el más alto.

—Eres un maldito bastardo hijo de...

—¡Peggy! ¿Quieres explicarme por qué demonios golpeaste a Edwin? —exigió el pelioscuro.

—Vi a ese perro leproso con una mujer en una posición muy comprometedora el otro día. —reveló con rabia.

El mundo de Howard se fue abajo, miró con pena a su pareja y retrocedió hasta chocar con una pared, se estaba derrumbando.

Edwin no estaba mejor, sus ojos se abrieron como platos, trato de acercarse, pero la castaña se puso en medio impidiéndole el paso.

—Howard eso no es cierto, no estábamos haciendo nada de eso, es mentira. —intento justificarse el peliclaro.

La castaña lo miro con enojo.
Los oscuros ojos del magante amenazaron con derramarse, se sentía cansado, mareado, enojado y triste.

—No te atrevas a excusarte Jarvis, a mis ojos nadie los engaña —defendió la mujer. —Eres un traidor desgraciado ¡Sinvergüenza!

El magnate se sintió desfallecer, había sido tan estúpido, como siquiera pudo pensar que Edwin se iba a quedar con él, tal vez el británico hubiera querido una familia, una mujer con la que pudiese tomar de la mano al momento de ir al parque, una mujer que podría agarrar de la cintura sin miedo a las miradas, una mujer que pudiera gritar a los cuatro vientos que la amaba.

Una mujer.
No un hombre, no él.

—Eres un imbécil con todas las letras. —escupió la castaña.

—¿Me mentiste todo este tiempo Jarvis? —pregunto con una voz lastimera el millonario. —Cuando dijiste que ibas a comprar víveres en realidad ibas con tu amante ¡¿Es eso?!

El pelioscuro se sentía enojado ¿Por qué debía pasar por eso? Se sentía culpable, tal vez no tenía lo que el inglés deseaba.

—Howard, no tengo ninguna amante, tú eres al único que quiero a mi lado —respondió el ojiverde. —Yo no hice nada con esa mujer lo juro.

—No quieras vernos la cara de estúpidos Edwin, yo vi a esa mujer contigo —dijo furiosa. —Además de infiel eres ciego, yo vi a esa mujer y es horrenda.

—Por supuesto que es fea, la única belleza de New York soy yo. —dijo el azabache tratando de bromear, era la perfecta situación para aplicar el dicho "Reír para no llorar".

Edwin no sabía como reaccionar, él no era infiel, nunca sería infiel, él amaba a Howard, lo amaba más que a su propia vida, no quería separarse.

—Además de tener un gusto de ropa horrible —afirmo la inglesa. —Acaso usaste el dinero de Howard para comprarle ese vestido rojo italiano y ese sombrero con esa flor ridícula.

Ángel [Jaward AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora