Capítulo 10

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Haruchiyo se encontraba una persona tranquila y fiel hacia el líder que deseaba seguir, era un sujeto extrovertido y tenía cierto grado de demencia mental gracias a la dependencia que desarrolló hacia las drogas. Sanzu podía mostrarse muy emocionado por tener a Sayuri cerca, pues de forma inconsciente había extendido un apego inmediato por esa chiquilla. No obstante, esa no era una excusa para mantenerla bajo vigilia por si algún día deseaba traicionar al rey. Ya que si eso sucedía, Sanzu no era piadoso con respecto al género de la persona.

—Toc, toc. —dos golpecitos fueron suficientes para que Sayuri se pusiera de pie y encontrara una sonrisa gigante, pero que a Sanzu le daba un aspecto tierno. Pues sus ojos se cerraban.

—¿Quién es? —fue estúpida la pregunta, ella lo reconocía, pero igual quería decirlo, y no se arrepentía luego de ver la indignación plasmada en el rostro de Sanzu.

—¡No Sayuri! Así no era, debiste haber preguntado eso cuando yo toqué. —se amurró, entrando al cuarto de la chica y acostándose en la cama como Pedro por su casa.

—Lo siento. —se disculpó, cerrando la puerta con delicadeza para no hacer más ruido del que Akashi había armado, pues ya eran más de las una de la mañana. Se sentó de rodillas en su cama y se hizo un moño fijando sus ojos en los verdes de Haruchiyo—. ¿Estás lúcido?

—Claro, hoy no he consumido nada.

—¿Puedo saber por qué? —se acostó a su lado—. Ese día que te tatué, o sea ayer, me dijiste que te habías tomado una pastilla. ¿Por qué lo haces? Quizás no es necesario.

Sanzu se quedó unos segundos en silencio, mirando fijamente el techo de la habitación de Sayuri. Su cabello rosado estaba esparramado por las sábanas de la chica, ya que lo llevaba suelto. Así como también vestía su pijama por la hora que era.

—Te quedarás con la duda.

—¡Oh, vamos! —chilló Sayuri, picando la nariz del chico provocando una risa suave y genuina de Sanzu—. Literalmente ayer nuestra conexión fue inmediata, ¿Por qué ahora ponerte así? —dejó caer su cabeza entre sus manos y lo miró con una expresión serena y tierna.

—Porque no quiero que tengas una imagen fea de mí. —confesó, entrelazando sus manos tras de su cabeza—. Aunque... creo que sería en vano.

—Correcto. —sonrió—. Sabes que conozco absolutamente todos los crímenes que han cometido, y sabes también que no me importa. —con cariño, acarició su mejilla—. Si quieres entrar más en confianza, te contaré algo.

—¿Qué? —sus ojos comenzaron a brillar, como un niño curioso por saber a qué secreto se refería Sayuri.

—Cuando estuve trabajando en el burdel, hubo veces que igual me refugié en las drogas. —contó, sin una pizca de vergüenza—. Aunque mis padres me querían y el dinero nunca fue una falta, ellos no estuvieron de acuerdo en tener un local de tatuajes por lo que me vi obligada a trabajar en otras cosas para generar el dinero suficiente y conseguir lo que quería.

—¿Otras cosas? —alzó una ceja.

—Prostitución, apuestas, venta de drogas, etcétera. —hizo una mueca de solo recordarlo—. Llegué a ser muy reconocida en varios burdeles.

—¿Por qué nunca supimos de ti?

—Porque actuaba bajo el seudónimo de "Yua".

—Ya entiendo, pero no sé a qué quieres llegar con todo esto, Sayuri.

La mujer se quedó observando esos ojos que la miraban intrigados y con un deje de niño que se seguía escondiendo ahí y él no dudaba en demostrarlo. Sayuri llevó su mano y con delicadeza acarició la mandíbula de Sanzu para luego tocar con suavidad las cicatrices que decoraban la comisura de sus labios. Eran en forma de rombos y se preguntaba qué las habría provocado. Quizás una circunstancia de cuando era niño lo hizo portador de una cicatriz que cuando adolescente le complejaba, pero ahora las dejaba ver para causar un poco más de temor en sus víctimas.

la tatuadora de bonten [completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora