7. Disimular, ¿Qué Mierda Es Eso?

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—No entiendo por qué mierda nos deben de dar estas estúpidas platicas —gruñó por milésima vez Héctor a mi lado derecho.

Mi mirada cayó en el castaño que tenía al lado y casi pongo los ojos en blanco con evidente fastidio al verle mover su pierna de arriba abajo en desespero mientras tenía la cabeza echada hacia atrás en el respaldo de su silla. Podía soportar una plática de dos horas sobre las drogas, esto no se compara a nada a las pláticas tan extensas de mi madre sobre las relaciones sexuales en donde nos amenaza de no embarazar a ninguna mujer o sino tendremos que hacernos cargo del bebé y no ser unos hijos de puta, al menos así nos dijo directamente mi madre. Sin duda mi madre es única.

—Ya no siento el culo —se quejó de nuevo Héctor.

Sentí que mi mano temblaba para meterle un puñetazo en la nariz. Podía soportar la plática de dos horas, pero tener a Héctor que se queja cada dos minutos me complican la existencia de mi paciencia. Solo me limité a bufar y dirigir mi mirada hacia el señor que estaba brindando la plática sobre el suicidio. Estaba prestando atención al hombre hasta que mi mirada se desvió sin querer hacia una castaña que se encontraba un par de filas enfrente de donde yo me encontraba. No podía verle el rostro, pero sabía que se veía hermosa. Ella siempre luce hermosa. Una pequeña sonrisa quiso escaparse de mis labios al ver como ella apoyó su cabeza en el hombro de una de sus amigas que no tardé en reconocer y saber que era la chica que traía colado a Adam.

La risita de Héctor me hizo desviar la mirada de inmediato de la castaña para verle a él que lucía muy divertido.

—¿De qué mierda te ríes? —le pregunté en un tono bajo para que no nos regañasen.

Ya tenemos varias llamadas de atención y no quiero otra nueva. Estamos a punto de ser suspendidos obviamente no quiero eso, eso dañaría mi promedio y con ello se llevaría de calle a la beca que me he esforzado tanto por obtener durante este año escolar.

Bien que te quejas, pero te gusta andar de desmadroso con Héctor a pesar de todo, cabrón.

Héctor me miró con las cejas alzadas en diversión, y por primera vez no me agradó en lo absoluto ese gesto, al contario. Tuve una sensación extraña cuando él sonrió de nueva cuenta.

—Mereditt. La ratita de laboratorio —habló como si eso explicara el porqué de su diversión.

—¿Qué tiene Mereditt?

Le pregunto confuso mientras echaba una mirada hacia atrás de Héctor donde se encontraban los docentes revisando que todos los alumnos prestaran atención. Miré a Héctor que seguía con esa sonrisa de diversión, mientras que yo no lograba entender su expresión. ¿Qué tiene que ver Mereditt con eso?

—Que ella intentó suicidarse —explicó con gracia.

Mis cejas cayeron de golpe al igual que la información que me dijo Héctor que estaba sonriendo, como si en realidad esto fuera un chiste, una broma.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté de inmediato confundido.

Las comisuras de los labios de Héctor se alzaron en una sonrisa torcida que me hizo sentir incómodo.

—¿Acaso no lo ves? —preguntó obvio—. Todos los que están de pie son los que han intentado suicidarse.

Mi cabeza se giró de inmediato y mi boca casi se cae al suelo al ver de pie a varios alumnos de todo el colegio de pie. Eran muchos. De inmediata mi mirada buscó con desespero a la castaña, y sentí alivio al verle sentada y no de pie, pero ella miraba a todos los alumnos que estaba de pie y sentí mi corazón hacerse pequeño al no verle con su expresión de siempre que suele ser radiante, sino que parecía preocupada, o triste. Aún no sé leerla muy bien.

Mi Estúpido ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora