situación XII: coincidimos en muchas cosas

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NAHOYA|

Mis huesos de la rodilla duelen cada vez que camino o intento subir un escalón. Mi cuerpo ya no puede más y el cansancio se ha apoderado de mí.

Tengo el rostro cubierto de lodo, y tres mosquitos picaron mi cuello y mi espalda. Ahora mi apodo es el Jorobado de Notre Dame porque cojeo y me encorvo (gracias a la picadura) al mismo tiempo.

Las actividades familiares me han masticado y luego escupido, todo en uno.

Esta mañana comenzamos con ejercicios y rutinas sencillas, lo típico en campamentos: carrera en sacos de papa, carrera de cuál es el miembro más lento del equipo (osea yo), competencia con la soga y qué equipo logra salir intacto sin ni una gota de lodo en el rostro (obviamente yo no).

Jugamos al tobogán, que básicamente consiste en pasar arrastrado por debajo de las piernas de tu equipo hasta ocupar el primer lugar en la fila, vi un par de cosas que no debí ver y en definitiva algunas chicas deberían usar ropa interior cuando usen faldas... (O usar pantalones en un campamento) pero en general fue bastante bueno porque ganamos en esa competencia.

Luego vino la guerra de globos de agua, en donde Ran terminó lanzándome a la piscina y en donde golpeé a su madre accidentalmente con un globo cargado. A ella le pareció divertido, a mí me dio una vergüenza infinita.
Ahora es casi de noche y mi camiseta no se ha secado del todo. Mi grupo, el azul, se dirige hacia la última actividad por este día: la fogata y la competencia de cuentos de terror.

Muevo los pies como un zombi, recordando las cuatro veces que me caí sin nada de decoro sobre la tierra. Ran se pasó todo el día riéndose de mis desgracias.

-Atención, azules. Atención —llama Lucca—. Los que sepan historias de terror por favor levanten la mano para escucharla; tú no, Pam, cuentas la misma historia de las monjas fantasma cada año. ¿Alguien más?

Pam, a mi lado, frunce el ceño.

-Ridículo omega machista —murmura con un mohín.

A pesar de que todos los músculos de mi cuerpo están atrofiados, todavía me sorprendo de poder usar los de la cara para sonreírle a Pam con simpatía.

-Yo no he escuchado el de las monjas —la animo.

-No hagas que lo cuente —dice Elena detrás de nosotros. Ella también está empapada y cubierta de suciedad... además de la habitual suciedad en su alma—. Es tan aburrida que piensan comprarle los derechos de autor para convertirlo en sedante para caballos. Seguro los mata de sueño.

-Pero bien que te orinaste del miedo cuando lo conté por primera vez —sisea Pam en respuesta.

-Eres una vulgar, Pam. Nadie encontró tu historia terrorífica, mucho menos yo. Deja de decir soeces. Ese día tomé mucho líquido.

-¿Vulgar? ¿Soeces? —resopla Pam, llamando la atención de casi todo el grupo menos de Lucca que continúa hablando como si le prestáramos atención—. Escúchate, cualquiera pensaría que te volviste culta; si tan sólo supieran que la semana pasada comías chuletas como si fueran cuestión de vida o muerte, dejando únicamente los huesos del pobre animal en el plato, verían tu fachada de "culta" destruida.

-No empieces conmigo...

-¡Orden, chicas, orden! —dice Lucca desde algún lado cuando nota que ya no es el centro de atención—. Basta ya, mujeres. No peleen más. Mejor díganme sugerencias de historias de terror.

Ambas se dan miradas de advertencia pero luego apartan la vista.

Pam levanta la mano.

-¿Qué dije sobre las monjas fantasma? —la regaña Lucca.

I Love You So|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora