Capítulo 1.

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Observo el cuadro del barco que hay en la sala de espera, analizo los colores azulados del mar, ladeo ligeramente la cabeza intentando entender por qué es tan complejo a pesar de estar pintado de una manera tan simple. Resoplo, entrecierro los ojos mientras aprieto los labios. Canto la canción en mi cabeza, prestándole poca atención en realidad. La puerta que tengo a mi derecha se abre, lo sé por la luz que sale desde esa zona, iluminando de manera triangular cerca de mis pies. Saco el teléfono del bolsillo, paro la música levantando la cabeza, me fijo seria en el chico con gafas que sale de la consulta.

— Y recuerda, tienes que darte tiempo — le toca la espalda con una sonrisa familiar, me mantengo seria, observando la situación—. Mañana en el entrenamiento no te sobrecargues demasiado, tienes demasiadas cosas a las que acostumbrarte aún — habla en un susurro, él asiente agachando la mirada—. Hasta mañana, a las cinco y media — asiente de nuevo, el chico pasa por delante de mí sin ni siquiera fijarse en mi presencia, giro la cabeza de nuevo hacia el hombre que me mira de brazos cruzados.

Espero a que se cierre la puerta de la sala de espera para quitarme los auriculares, sonrío hacia él, niega haciéndome un gesto con la mano para que me levante.

— ¿Chico nuevo en la oficina? — camino detrás de él, adentrándome en la consulta, me siento en una de las sillas que hay frente al escritorio.

— ¿Te hace algún tipo de gracia? — niego seria, me cruzo de brazos, suspiro, parte de mi pelo se mueve por el aire que sale de mi nariz— ¿Qué tal esta semana? — aprieto la mandíbula y busco el cristal en el que siempre me fijo cada vez que estoy aquí.

— Bueno — me encojo de hombros, cuento los puntos que diferencio desde aquí—, no voy a bajar a Barcelona estas navidades — me rasco el dorso de la mano izquierda, muerdo el interior de mi mejilla pensando que más decir—. No tengo ganas de enfrentarme a Barcelona — muerdo la punta de la lengua, busco el trazo del río entre los edificios—, no me veo capaz.

— ¿Por qué?

— No lo sé — lo escucho suspirar, escucho cómo toca con sus manos la mesa.

— Ainhoa, préstame atención — su voz es familiar, quizás el único con acento español que he escuchado desde que estoy aquí—. No puedes no volver nunca a Barcelona, tienes familia, amigos...

— Tengo amigos aquí.

— Tienes a gente que te recuerda constantemente lo que acabas de perder — trago saliva mirándolo a los ojos—, tienes que alejarte de la danza, Ainhoa, no puedes seguir rodeada de...

— No me puedo ir de aquí — niego, sintiendo cómo se me aguan los ojos—, no puedo, es algo que mi cuerpo no es capaz de soportar, no aún.

— ¿Por qué? ¿Qué es lo que te ata aquí?

— No me voy a ir — una lágrima cae por mi mejilla, bajo la mirada hacia mi rodilla —, tengo médicos, cosas que hacer aquí, yo... — no soy capaz de seguir hablando, siento cómo mi corazón comienza a latir con intensidad, un temblor pequeño en la mandíbula.

— Vale... — susurra, trago saliva asintiendo—. Respira, Ainhoa. Vas a tener que hacerlo, en algún momento, ¿lo sabes? — repito el gesto — Bien — saca un papel y anota algo, entrecierro los ojos observando su mano moverse sobre el mismo—, vas a empezar a venir a estas terapias de grupo, son una vez a la semana, por las mañanas, hay dos sesiones — asiento leyendo el papel—. Es de gente que ha perdido una parte de si, de una manera u otra — repito el gesto agarrando el papel —, ahora empecemos con la terapia.

Me fijo en la nueva persona que entra en el bar, después de varios años en Manchester, y dos trabajando aquí desde que dejé de bailar. Recuerdo la pasta de esas gafas, y haberlo visto cabizbajo saliendo de la consulta, nunca habíamos vuelto a coincidir desde entonces.

Starlight • Eric GarcíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora