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Sander y yo estábamos en la sala de mi casa, sentados uno al lado del otro mientras esperábamos que Egan y Venus llegaran.
Sander vestía unos jeans negros de mezclilla y una camisa de vestir de un amarillo claro que hacía resaltar su color de piel. Su cabello puesto hacía atrás de forma desordenada y algunos cabellos rebeldes se colaban a los lados de su rostro. Se lo veía nervioso.
Yo, por mi parte, traía puestos unos shorts de talle alto junto con una camiseta corta de botones, que era la mitad blanca y la otra mitad negra y que dejaba parte de mi abdomen al descubierto, y, por último, a mis piernas las cubrían unas pantimedias de red y en mis pies tenía unas zapatillas blancas.
Mi cabello castaño caía en cascada por mi espalda y había sacado dos pequeños mechones para darles vuelta y que se vieran enrulados en mi rostro.
La abuela solo nos miraba con una sonrisa de satisfacción que solo decía "te lo dije".
—Oh, ambos se ven tan lindos, quisiera poder acompañarlos.
—Ah, adelante abuela, puedes tomar mi lugar con Venus —dije, un poco negada a asistir.
—Ja, ja. Como si ese jovencito tan apuesto quisiera tener una cita conmigo, Odie.
—¿Pues quién sabe? A lo mejor le gustan mayores —me burlé.
—Ah, olvídalo, Odette.
Justo cuando estaba a punto responderle, tocaron la puerta. Eran ellos.
El primero que se levanto fue Sander, ansioso.
Al abrir la puerta Egan estaba frente a ella. Tenía puestos unos jeans claros, rasgados en las rodillas y no muy ajustados junto con una sudadera blanca y con las mangas azules y unas zapatillas negras.
—Hola —lo saludó Sander con algo de timidez.
—Hola —respondió Egan, devolviéndole el saludo con una cálida sonrisa que hizo que Sander tragara en seco. No lo culpaba. Yo, con una vista como esa y deleitándome con su sonrisa, hubiera hecho lo mismo.
—Hey, que tal —saludé.
—Ah, hola Odette. ¿Nos vamos ya? Venus nos espera en el auto —dijo a la vez que giraba un poco su cuerpo y señalaba el lugar en el que estaba estacionado el coche.
Tenía los vidrios abajo y Venus, al notar que lo mirábamos, nos saludó con la mano.
—Ah, sí, claro. Vámonos —finalizó Sander, liberándose al fin del hechizo de atracción que Egan había causado en él.
Egan se dio la vuelta para empezar a caminar hacia el auto y Sander y yo nos giramos para despedirnos de la abuela.
—No babeen mucho, chicos —soltó ella, pícara.
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En la ventana equivocada
Romance¿Qué karma tan grande debía de estar pagando yo como para tener que descubrir que mi novia tenía una aventura con mi hermano? Porque eso era justo lo que horas atrás me había ocurrido. Ya estaba más que borracho y con mi raciocinio de vacaciones cua...