25: ᴇɴ ᴇʟ ᴍᴀʀ

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Janeth, la psicóloga con quien me estaba tratando, me había recomendado irme abriendo nuevamente de a poco a las cosas que solía hacer antes de que ocurriera aquello.

Bueno... antes de que me violaran.

Ella también me había dicho que debía empezar a llamarlo por su nombre. Decía que eso me ayudaría a afrontarlo más, y yo no veía como eso podía ayudarme, pero aun así le hacía caso.

Quería sentirme mejor y dejar de sentirme asqueada de mi misma cada que me miraba al espejo.

Llevaba dos meses yendo a terapia, y aunque sentía que sí iba avanzando poco a poco, a veces recaía y de repente odiaba mi cuerpo. De repente verme al espero me provocaba arcadas. Quizás por eso ahora evitaba hacerlo instintivamente.

Pero a veces también sentía que no avanzaba lo suficiente. Seguía hablando con mis amigos de vez en cuando. Sander venía una vez a la semana a casa, hablábamos un poco y luego Egan venía por él y se marchaban tomados de la mano.

Siempre que los veía juntos pensaba en Venus. No había vuelto a hablarle, y aunque él había dejado de venir a la casa, me seguía escribiendo a veces. No se había rendido conmigo.

A pesar de que yo no respondía sus mensajes, él seguía insistiendo. Me mandaba mensajes al menos una vez al día contándome de lo que hacía, de su trabajo, pero sobre todo, de cómo estaría ahí para mí cuando yo decidiera buscarlo. Él seguía esperando por mí, y aunque yo solo veía sus mensajes y no tenía la suficiente valentía para escribirle, él no se rendía.

Por ello, me había armado de valor y le había propuesto a Sander ir a la playa, y por supuesto eso incluía ir junto con Said, Egan y claro, Venus.

Él se sorprendió mucho al oír mi propuesta, sabía que yo no había salido de casa más que para ir a las citas con la psicóloga desde la violación. Y eso, siempre iba acompañada de la abuela.

Nada más Sander había escuchado mi propuesta, llamó enseguida a los demás, y ellos sin dudarlo aceptaron, y cuando fue el turno de llamar a Venus, su sorpresa se hizo evidente incluso a través del teléfono. Aunque cabe aclarar que había sido Sander quien había hablado con él, yo no había tenido la fuerza para hacerlo.

Suficiente tenía que con saber que lo vería en la playa. Por supuesto, también habíamos llamado a Medea, y aunque en un principio no había aceptado, luego de consultarlo con sus padres había decidido que sí vendría.

Y para que yo me sintiera más cómoda, la abuela también iría, aunque fuera algo mayormente de jóvenes. Ella se alegró mucho en cuanto le propuse la idea, y no dudo en aceptar emocionada de que yo quisiera hacer algo fuera de casa que no fuera ir a mis citas semanales.

Para ella, eso significaba que yo estaba avanzando, y para mí, esta salida significaría que tendría que empezar a rehacer mi vida más allá del hecho de haber sido violentada.

En la ventana equivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora