Desahucia y esperanza:

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ESTACIÓN DE PASO, INDIANA:

Un brillo dorado alertó a todos los supervivientes de que algo se acercaba. Al salir a ver, se sorprendieron al ver los tres vehículos celestiales descender de los cielos cargados de supervivientes. Tanto magos como mortales.

A pesar de la sorpresa que podría haber representado en el pasado para los semidioses el conocer a magos y dioses egipcios. Ahora simplemente se alegraban de encontrar a más supervivientes.

Pero la verdad era que aquel que atraía todas las miradas era el dios dorado, el señor de la luz, Apolo Febo.

El dios saludó tímidamente a la multitud.

—Hola... ustedes ya me conocen...—murmuró—. Yo... lamento haberles fallado, Tarquinio...

—No te disculpes—lo detuvo Artemisa—. Tu invocación fue la correcta, fue Zeus el que me prohibió ayudarte. Tú ya habías hecho tu parte, fui yo la que te falló...

Apolo le sonrió con tristeza.

—No hermanita, el único que nos falló a todos fue Zeus.

El reencuentro entre hermanos iluminaba el sitio, e irradiaba felicidad. Pero mientras que mientras Artemisa había recuperado a su hermano, Sadie Kane había perdido al suyo.

La joven maga, normalmente fuerte, imponente y alegre, se encontraba en una esquina, hecha un ovillo en el suelo y llorando sin poder contenerse. Walt estaba sentado junto a ella, incapaz hacer nada más que abrazarla.

Zia no se encontraba mucho mejor, lloraba en silencio junto a Sadie, lamentándose por no haber hecho más, por no haber salvado a su novio.

Will abrazó a Apolo, feliz por reencontrarse con él.

—Te extrañé, papá—admitió el joven.

Apolo lo abrazó de regreso.

—Yo también, Will. Créeme.—Entonces, el dios solar se fijó en Nico, quien miraba la escena tristemente desde las sombras—. ¿Él está bien?

Will negó con la cabeza.

—Nico perdió a su padre hace poco, literalmente toda su familia se esfumó para siempre.

Apolo miró a Nico preocupado.

—¿Ya tuvo tiempo de llorar sus muertes?—preguntó.

Will volvió a negar.

—Él ha estado demasiado ocupado desde que todo empezó, no ha parado de trabajar y viajar por el país trayendo supervivientes.

Apolo miró a Reyna, quien asintió con la cabeza.

La hija de Belona fue hacia donde Nico y lo abrazó sin previo aviso.

—¿Qué estás...?

—Sólo déjalo salir—pidió la antigua pretor.

Nico se negaba, apretó los párpados para intentar contenerse. Pero el cálido abrazo de quien se había vuelto como una hermana para él terminó de ablandarlo. El joven hijo de Hades lloró en el hombro de Reyna, temblando y respirando entrecortadamente, sin poder evitar soltar todas esas emociones reprimidas por la pérdida de su familia.

Cerca de allí, Annabeth se dirigió hacia la diosa de la caza.

—¿Señora Artemisa?—la llamó.

La diosa se volvió hacia ella.

—¿Qué sucede?

Annabeth señaló a Percy con la cabeza tristemente, el hijo de Poseidón solamente estaba sentado en una esquina, y a pesar de cargar con la pequeña Estelle en brazos, no mostraba ningún signo de emoción.

Tarquinio: el Rey de los No MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora