Alzamientos y caídas:

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Sólo fue cuestión de tiempo para que la horda fuera destruida por completo una vez que Zeus y Horus fueron eliminados.

Sin embargo, a pesar de un ambiente en su mayoría feliz y positivo por la victoria, algunos pocos estaban de luto una vez más.

No había quedado ningún cuerpo después de la explosión de Sadie, lo que significaba que tampoco había nada que enterrar. El dios de los funerales no pudo tener un funeral digno cómo las antiguas costumbres egipcias dictaban.

Apolo estaba de bastante mal humor, tal vez habían derrotado a Zeus, pero dos de sus hijos habían caído en la batalla. Lo que significó que el dios permaneció mucho tiempo con Will y Asclepio, en parte agradecido de que sus dos últimos hijos fueran médicos y no guerreros.

Nico se las había arreglado para rastrear a los demás dioses del Inframundo no muertos, como Caronte y Orcus, eliminándolos también. Sin embargo, fue incapaz de dar con el paradero de Alecto.

Percy se movió por todo el refugio, ofreciendo apoyo a todo aquel que lo necesitase y ayudando en todo lo posible. Se sentía fatal después de haber pasado casi un mes como una roca sin emociones, y sentía que tenía que rectificar.

Artemisa, por su lado, se reunió con Thalia para hacerle un regalo especial. Con gran ceremonia, la diosa de la caza entregó el Rayo Maestro de Zeus, marcando con eso el fin de los Tres Grandes, y terminando de legar sus armas a sus tres hijos semidioses.

Finalmente, todos se reunieron con los refugiados para explicar lo sucedido.

—Sobrevivimos—resumió Apolo—. Pero esto es sólo el comienzo, aún tenemos mucho trabajo que hacer. Hay cientos de supervivientes escondidos por el mundo y varios dioses convertidos que representan una amenaza.

Atenea asintió con la cabeza.

—Finalmente nos quitamos a Zeus de encima—dijo—. Pero Poseidón sigue oculto en el océano, y podría llegar en cualquier momento con una armada de no muertos...

—No lo hará—aseguró Percy.

Atenea lo miró fijamente.

—¿Cómo estás tan seguro?

—El océano está en movimiento—murmuró el chico—. Sin duda hay un ejército moviéndose por las aguas, pero se dirige al estado de Washington.

Apolo frunció el ceño.

—¿Qué podría querer un Poseidón zombi en Washington?

—Amazonas—murmuró Artemisa—. En Seattle tienen sus almacenes principales, además de que Hera y Anfítrite están con ellas. Todos odiamos a Hera por una u otra razón, pero sería una verdadera amenaza si llegaran a convertirla. Aunque no suela pelear, sigue siendo hija de Crono.

Deméter asintió de acuerdo, si lo que Artemisa decía era cierto, Hera era la única hermana que le quedaba. Su hermanita menor, ni más ni menos.

Hermes ladeó la cabeza.

—Entonces... ¿tendremos que ir a ayudarlas?

Atenea suspiró.

—Por más que no quisiera, el Apocalipsis no es un buen lugar para guardar rencores—dijo—. Habrá que mandar a un grupo para advertirles del peligro y ayudar de ser necesario. Todos los demás tendremos que empezar a trabajar.

Frank alzó una mano.

—¿Trabajar en qué?

Hefesto proyectó una imagen tridimensional de un barco que el semidiós conocía muy bien.

—Argos—explicó el dios herrero—. Vamos a construir Argos III y IV, además de modificar la barca solar de Ra para la guerra.

Sadie habló por primera vez desde que lanzó su hechizo, incluso con los ojos llenos de lágrimas y la mirada enrojecida, alzó la vista:

—¿Para la guerra?

Apolo asintió seriamente.

—Vamos a volar hacia California y destruir de una vez por todas a Tarquinio—dijo—. Una vez muerto el rey, todos los vrykolakai se desvanecen y los Eurinomos quedan sin líder.

Atenea tomó la palabra.

—Para dicha incursión necesitaremos a todos los guerreros que podamos reunir, lo que significa que no podremos ir sólo con los vehículos que tenemos. Y viajar por tierra tampoco es opción, el país entero está infestado de no-muertos.

Percy analizó fríamente la situación.

—Si todos los guerreros vamos a por Tarquinio, ¿quién se quedará a proteger a los refugiados?

Por un momento, hubo silencio.

Luego, Deméter se levantó de su asiento.

—Yo me quedaré—decidió—. Defenderé estos muros con mi vida de ser necesario.

Un grupo de magos de la Casa de la Vida se ofrecieron también para ser de ayuda.

—Bien—decidió Atenea—. El equipo que ira a Seattle parta en este momento. El resto de nosotros tiene que ir a la Estación de Paso para empezar con la construcción de los Argos.

Ra, Percy y Artemisa subieron al carro de la luna para intentar atravesar los Estados Unidos de extremo a extremo antes de que la horda de Poseidón llegase a donde las Amazonas, mientras que el resto de dioses y semidioses partieron hacia la Estación de Paso, sin saber que llevaban la muerte con ellos.

Tarquinio: el Rey de los No MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora