Capítulo 25: kilómetros

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Sus ojos vidriosos se detuvieron donde él había estado.
Y

a no había nada; sólo un resquicio burlón el cual escupía gotas de lluvia y el silbido del azote del viento que parecía demasiado ansioso por invadir el espacio. El olor de la tormenta comenzaba a ahogar su aroma y el cosquilleo de su calidez contra su mejilla se estaba desvaneciendo rápidamente. Su cuerpo estaba congelado como si todavía estuviera allí; la mano con la cual le había pasado el Traslador seguía extendida y temblorosa y su barbilla aún estaba inclinada desde sus palabras susurradas de despedida.
Te amo…
No podía moverse.
No podía apartar sus ojos del espacio vacío.
Sólo lo miraba fijamente…
Pero las ardientes lágrimas la obligaron a parpadear y el mundo comenzó a moverse de nuevo.
Dejó caer el delgado trozo de tela con el que había envuelto el Traslador, su brazo cayó inerte a su lado y se atragantó con el nudo formado en su garganta. Un grito se alojó en alguna parte de su pecho, pero sus pulmones estaban demasiado tensos para liberarlo y la sofocante sensación era tan fuerte, que apenas podía respirar.
Y, oh Merlín, el dolor de su corazón era insoportable; como si todo lo que había dentro de ella estuviera colapsando en su interior.
Sus rodillas cedieron y cayó con fuerza al suelo, ignorando el barro que se acumulaba en sus pantalones vaqueros, presionó las palmas contra el suelo en cuanto se dobló, apenas logró sostenerse con sus brazos cansados. Sus ojos se posaron en las hendiduras de las huellas de Draco; la única indicación de que había estado allí hacia un mero momento, pero la lluvia iba desdibujando el contorno y en cuestión de segundos se habían mezclado con la tierra mojada, quedándose completamente sola.
El viento se volvió cruel en ese momento y envolvió los brazos alrededor de su tembloroso cuerpo en un inútil esfuerzo por aliviar el desgarro del frío y la soledad. El aullido de un trueno ahogó el sollozo de su corazón roto que le revolvió el estómago y con los ojos fuertemente cerrados intentaba sobrellevar sus violentos estremecimientos.
— Oh Godric, duele. — le espeto a nadie, abrazándose a si misma con más fuerza — Duele.
Desde algún lugar de su cabeza volvió a escuchar en un susurro las palabras de Annabelle Snowbloom.
«Sientes como si murieras, sólo que peor. »
Se quedó allí durante algunos segundos robados, simplemente intentando recuperar el sentido de la razón, mientras aturdida se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, pero no era el momento de buscar un poco de compostura. Los ecos del disturbio en Hogwarts interrumpieron el rítmico golpeteo de la lluvia y Hermione a regañadientes abrió los ojos, mirando en dirección al colegio. Entonces recordó; recordó que no podía quedarse allí y se reprendió a si misma por dejar que el dolor la consumiera.
Respiró tan profundamente que estiró sus costillas, apretó los dientes y la tensión obligó a sus músculos que dejaran de temblar. Levantó las manos y más o menos se deshizo de las reveladoras lágrimas, pero cada parte de ella estaba cubierta por gotas de lluvia y no podía distinguirlas ya que sus rizos empapados se pegaban a sus mejillas. Un gemido frustrado salió detrás de sus dientes al darse cuenta de que era inútil y se quitó el pelo de la cara, mientras seguía con un nudo en la garganta que no se iría tan fácilmente.
Empapada hasta los huesos e intentando difícilmente ignorar las náuseas que hacían que su cabeza diera vueltas, tomó varias bocanadas de aire más fuerte y de manera lenta se incorporó inestablemente. Reprimiendo un gemido cuando sus extremidades protestaron, ordenó a sus piernas que se mantuvieran fuertes y equilibradas y con una última mirada al espacio vacío, apretó los puños con determinación y giró sobre sus talones.
Sus movimientos eran torpes mientras corría de vuelta por donde había venido, apenas notaba las espinas y los cardos del Bosque que la arañaban mientras trastabillaba por lo que esperaba fuera la dirección correcta. Su rumbo se vió comprometido, su visión todavía era borrosa en las comisuras de sus ojos, pero ella continuaba a ciegas a través del espeso y húmedo lodo, buscando desesperadamente la roca roja.
— Crookshanks. — llamó con voz ronca, intentando mantener un tono bajo cuando el inquietante sonido que salía de Hogwarts se hizo más fuerte — Crooks.
Un pequeño maullido en forma de respuesta le llegó desde algún lugar de su izquierda y corrigió su camino, tambaleándose entre las zarzas y la hiedra venenosa cuando unos ruidos inhumanos empezaron a inundar el Bosque Prohibido. No tenía ni idea de si las criaturas mágicas que habitaban allí habían percibido el ataque y eran presa del pánico o si había Mortífagos acechando a través de los árboles, casi respirando en su nuca.
Reuniendo los restos finales y endebles de su energía, se condujo a sí misma hacia adelante con un gruñido adolorido, agarrando su varita con más fuerza. Entró por una casi inquebrantable pared de hojas y ramas, dejando escapar un ronco suspiro de alivio cuando Crookshanks dió un salto hacia ella, soltando silbidos bajos y agitados al tiempo que su astuta mirada escrutaba el espacio que les rodeaba.
— Es-está bien, Crookshanks. — tartamudeó y juraría que su gato estaba mirando más allá de ella buscando a Draco. — Se ha ido. — murmuró y las palabras enviaron un rayo destructor de angustia hasta su pecho — Va-vamos, chico. Tenemos que irnos.
Recogiendo a su mascota en brazos, se dirigió hacia la roca debajo del ominoso arco de la Encina, sintiendo el cosquilleo del aire diferente de la magia. Se aferró a Crookshanks mientras intentaba apaciguar sus rápidos pensamientos y sus respiraciones frenéticas, preparándose para aparecerse.
Con una mirada de despedida en dirección a Hogwarts y un silencioso gracias porque Draco estaba a salvo, Hermione dejó atrás su refugio quebrado.
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Aislamiento [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora