Capítulo 3: puertas

1.5K 65 3
                                    


Ella se despertó demasiado rápido.

Sus ojos se abrieron y ensancharon de golpe, recorriendo nerviosamente la habitación. Contuvo el aliento brevemente y se cubrió la cara con las palmas de las manos; parpadeando para alejar el sueño y tragando saliva para aliviar la sequedad de la garganta. Se sentía desorientada y confusa; como si un diablillo se hubiera adentrado en las cavernas de su mente y empezara a juguetear con sus pensamientos. Se limpió el sudor frío de la frente y se sentó, observando a su alrededor para asegurarse que todo estuviera donde debía estar.

Sus pesadillas se habían vuelto muy vívidas últimamente.

Por más que lo intentaba no podía decidir si la noche anterior había sido un truco de su subconsciente o todo había sido real. Quizás no había habido ningún Snape. Ningún Malfoy. Ningún secreto. Tal vez seguía siendo la única habitante de su habitación. Tal vez. Su mirada cansada cayó sobre las quemaduras de cuerdas de sus brazos y exhaló decepcionada. Deseaba tanto que hubiera sido un sueño; estaba tan dispuesta a engañarse a sí misma. Podías llamarlo mecanismo de defensa del cerebro o esperanza. Demonios, podías llamarlo como quisieras; el hecho era que no había sido una pesadilla.

Eso la hizo sentirse enferma. Realmente podía sentir el contenido de su estómago revolviéndose mientras contemplaba cuán cerca estaba de él. Solo un pequeño cuarto de baño se interponía entre ellos. Solo dos paredes.

Desvió la mirada al reloj y quiso gritar cuando se dio cuenta que solo había logrado dormir tres horas. Hermione, sinceramente, pensaba que habría conseguido descansar un poco más considerando lo agotada que estaba. Pero no. Evidentemente, el insomnio estaba ahí para quedarse. Que alegría.

Eran las nueve de la ya miserable mañana y ya podía escuchar las habituales gotas de lluvia golpeando contra la ventana. Sabía que era inútil intentar dormir más, por lo que se levantó lentamente de la cama, tomó su bata y se dirigió a la ducha. Tan silenciosamente como pudo, echó un vistazo fuera de la habitación con cautela, viendo los zapatos tirados y desgastados de Malfoy.

Los restos de su optimismo se desvanecieron con esa maldita observación final y, rápidamente, se deslizó dentro del baño.

Quitándose la ropa del día anterior, murmuró un rápido hechizo para poner el agua lo más caliente posible. La bruja se giró para mirarse en el espejo, apartando los anudados rizos de su cara y tocándose las oscuras medias lunas bajo sus ojos. Se reflejaba demasiada tortura en su rostro, escondida tras las arrugas de su permanente ceño fruncido. Parecía una versión en papel de calcar de sí misma: más pálida y casi traslucida. Como el cristal esmerilado.

Se centró en sus ojos y agradeció a Merlín ver el familiar brillo en ellos, la ardiente chispa y la determinación que siempre la acompañaba; eso aún no se había desvanecido.

Estaba bien. Solo cansada y preguntándose cómo, exactamente, se suponía que debía coexistir con Malfoy.

El espejo empezó a empañarse, así que se apartó de su preocupado reflejo y lanzó un gemido de satisfacción cuando el agua humeante calmó su figura. Cerró los ojos y se pasó el jabón por la piel, inhalando el aroma a vainilla con un suspiro relajante. Primero se enjabonó los brazos, luego el pecho proporcionado, el vientre plano y, entonces, se inclinó para recorrer la longitud de sus piernas.

Se sentía bien. Como la normalidad y ella disfrutaba de esas sensaciones. Podía sentir como sus músculos se relajaban y era maravilloso, lo suficientemente como para permitir que su siempre abarrotada mente dejara de pensar, aunque solo fuera para protegerse de los recuerdos de la noche anterior. Solo para olvidar que estaba compartiendo dormitorio con alguien a quién despreciaba. Un Mortífago.

Aislamiento [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora