➜ ᎒ 07

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Horacio se encontraba observando el reloj colgado en la pared de la habitación, apenas eran las tres de la madrugada y él no había podido conciliar el sueño. Algo le dejaba intranquilo, pero no sabía qué. Esperaba que Gustabo cruzara esa puerta en cualquier momento y lo tranquilizara.

Vio el yeso en su pierna. Mañana se lo quitarían. Era un coñazo estar postrado en la camilla del hospital con un yeso en el pie y con dolor de espalda del golpe que se había llevado. Por fortuna, mañana regresaría a su rutina de antes, si todo salía bien. Después, dirigió su mirada hacia sus manos; observando las cicatrices casi inexistentes.

Recordaba las noches en el coche fuera de El Pueblo junto a Gustabo, el antes James. Extrañaba esos momentos; en el que se dormían abrazados y Gustabo le hacía caricias en el cabello para tranquilizarlo y, si eso no servía, le tomaba de las manos, le observaba a los ojos, y le contaba una fantástica historia de dos chicos que lograban cumplir sus sueños y metas. Amaba a Gustabo por encima de todas las cosas, él había sido su único pilar durante años, en los momentos en el que peor lo habían pasado. Solo quería un día regresarle todo eso que le había otorgado; el tiempo, el dinero, la fuerza, e incluso, el amor.

No sabía lo que era el amor, o lo que era sentir aquello. Pero sabía que sentía amor por Gustabo; porque siempre sus ojos se dirigían a éste cuando reían junto a sus amigos, que por más se encontrara en una situación que gritaba peligro, él se preocupaba más por Gustabo que por él mismo, siempre quería estar entorno a Gustabo, si a eso podía llamarse estar todo el tiempo a su lado para observar sus metas y logros cumplimos. Apego, combinado con el amor que desarrolló al pasar de los años.

Suspiró, ahora dirigiendo sus ojos, nuevamente, hacia la puerta de la habitación, y como si fuera obra del destino, ésta se abrió y de ella pasó Gustabo, con la mirada en el suelo y con su pecho vibrando ante la agitación de respirar entre entrecortadas bocanadas de aires.

"¿Gustabo?" Cuestionó, cuando lo vio pasar bajo el umbral y acercarse a él, hasta desplomarse en el asiento que estaba a su lado y pegar su frente en su regazo. Se extrañó en demasía. Entonces, colocó su mano en su cabello, en un intento de darle una caricia, pero Gustabo se apartó de inmediato, erguido en su puesto. Le inquietó mirar sus ojos celestes en medio de una gran oscuridad. "¿Gustabo?"

"Yo... lo siento tanto, H-Horacio." Dijo, finalmente, con su voz terminándose de entrecortar al final. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas sin control alguno. Aunque no lo había querido, había terminado sollozando frente a Horacio. Su cuerpo se sacudía y no pudo evitar avergonzarse más, de inmediato se cubrió el rostro con las manos, encorvándose más porque odiaba que Horacio lo viera de esa manera. "Lo intenté, de verdad que lo intenté. Pero, lo he perdido todo. ¡Joder, que era todo lo que había conseguido hasta el momento!"

Horacio parpadeó unas cuantas veces, aturdido, con su cara calentándose por las ganas de llorar que le habían entrado al ver a Gustabo de esa manera. Le lastimaba verlo así, cuando amaba verlo con una sonrisa socarrona. No entendía, pero tenía miedo de entender la razón. ¿Qué había pasado ahora? Tenía un miedo en concreto, que rogaba que no fuera a salir de los labios de Gustabo.

"¿Qué...?" Carraspeó y prosiguió. "¿Qué has perdido?"

«Que no sea la cordura, que no sea la cordura, que no se trate de eso...»

"Todo el dinero, Horacio. Todo lo que había juntado hasta ahora, me lo han sacado todo. ¿Sabes el trabajo detrás de todo eso? Que casi conseguía para saldar todas las multas y las pagas del hospital. Que solo faltaba un poco, Horacio."

Si se trataba de lo que tenían que pagar, Horacio se tranquilizó, porque no se trataba de su peor miedo. Aunque, pensó un momento. Rememoró las palabras dichas por Gustabo, ¿a qué se refería con multas? Se suponía que el superintendente les había perdonado las multas del choque, a no ser de que...

"Gustabo, ¿me has mentido?"

Dándose cuenta de lo que había soltado en su momento vulnerable, se recompuso, abriendo en demasía los ojos y observar a Horacio, quien le miraba entre confundido y dolido. Lo entendía, porque hubo un tiempo en el que Horacio le ocultaba cosas y él se enojaba, ahora, la situación había dado un giro, y ahora fue él quien había ocultado cosas.

Lo menos que quería era preocupar a Horacio. Ya teniendo el peso encima, le era mucho hasta para sí mismo. Que apenas tenía idea de lo que era la vida; ¿cómo iba a resolver todo lo que debía responder?

"Horacio." Pronunció su nombre, al mismo tiempo que tomaba su mano más cercana y la acunaba con las suyas. Sintió otra lágrima deslizarse por su mejilla, pero se mantuvo erguido y prosiguió. "Siento haberte ocultado esto, pero no podía evitarlo. Ya para mí es demasiado, para los dos sería aún peor. Pero la verdad es que el superintendente no nos ha perdonado las multas, mucho menos nos ha ayudado en el hospital y ahora tenemos que costear grandes pagos y no tenemos absolutamente nada de pasta. Pero, no te preocupes. He pensado en otra alternativa y no tendrás que mover ni un solo dedo. Solo te pido que no me cuestiones y que confíes en mí, ¿vale?"

Sintió una fuerte presión en el pecho durante todo el lapso en el que Gustabo le revelaba que le había ocultado el tema de las multas, porque le dolía. Le lastimaba que, a pesar de los años, aún Gustabo le ocultara cosas para resolverlas por él mismo. Lo admiraba por su astucia al resolver casos por sí mismo, pero él mismo quería ayudarlo en ello.

Finalmente, suspiró, apretando la mano de Gustabo con la suya, para finalmente abrir sus ojos y observar a Gustabo a su lado.

"¿No puedo ni siquiera saber cómo lo resolverás?" Le cuestionó, porque sabía a la perfección que éste no le iba a dejar ir con él. Gustabo era un obstinado.

"Te he ocultado lo de las multas, pero solo te pido que confíes en mi palabra. Es la última alternativa que me queda que te deja libre en todo esto."

«¿Qué es lo que habrá pensado para llegar a esa conclusión?» pensó Horacio, no muy seguro de sus palabras.

"Vale."

Aunque quería contradecirse e ir junto a Gustabo, quería confiar en él y que éste supiera que podía contar con él en cualquier momento. Solo una vez y ya no más. Sí, ese era su pensamiento y después no iba a contrarrestarlo.

"Tengo que irme, Horacio. Tal vez no aparezca en un lapso de días, pero no te preocupes por mí que estaré bien, ¿vale?"

Movió la cabeza de arriba hacia abajo, rendido.

"Antes de irte." Se apuró a decir, cuando vio a Gustabo levantarse de la silla. Lo tomó nuevamente de la mano y, sin pensarlo dos veces, plantó sus labios en el dorso de ésta, siendo un beso casto. "Te quiero, Gustabo. Sabes que siempre seremos tú y yo hasta el final, ¿verdad? Porque somos Gustabo y Horacio, no solo Gustabo, ni solo Horacio. Somos los dos, juntos."

Gustabo le miró de soslayo, con la bilis subiendo por su garganta, haciéndole imposible tragar el nudo que se había formado en su garganta. Se acercó a pasos lento a la camilla, tomó del rostro a Horacio y, tras mirarse a los ojos un momento que por un instante fue eterno, se acercó aún más, a una distancia que Horacio había cerrado los ojos a la espera de saber lo que hará, y finalizó el momento plantando sus labios en la frente de Horacio, manteniéndose unos segundos en los que cerró con fuerza los ojos y se alejó cuando éste le tomó del antebrazo.

"Siempre juntos, Horacio."

"Siempre juntos, Gustabo. Siempre juntos."

Cuando salió de la habitación del hospital y posteriormente del mismo, Gustabo se sintió aún peor con él mismo. Rogaba que las cosas no fueran peor de lo que pensaba y que solo fuera un breve tiempo en la cárcel.

Dulce Hogar | Gustacio. [Ver. Original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora