➜ ᎒ 06

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Nuevamente, regresando a la habitación donde se encontraba Horacio; ahora más tranquilo porque el comisario Volkov había abandonado la habitación por un llamado en la radio. Se encontraba aún postrado en la camilla, en compañía de Pablito, mientras que éste le enseñaba lo que tenía en el nuevo teléfono que tenía, que, sin duda alguna para Horacio, era robado.

Era un hecho, había sido mentira por parte de Pablito que el coche era de él; cuando lo habían visto llegar con prisa junto a un señor corriendo detrás del coche y haciendo señas hacia su dirección. Pero, no era relevante dicha información porque no le era necesaria a los agentes de policía, ¿no? Bueno, así creía Pablito, muy tranquilo de que no le echaran en cara haber robado un coche, haberlo estrellado y haber terminado en el hospital junto a dos de sus amigos.

Para cuando Gustabo regresó junto al superintendente a la habitación, Horacio miraba extrañado las imágenes que le enseñaba Pablito de la galería del teléfono. Él no entendía por qué sentía su rostro caliente y una gran desesperación por ocultar el teléfono de Pablito para cuando Gustabo entró a la habitación. Se sentía acalorado e incómodo, pero todo sentimiento se esfumó cuando se dio cuenta que Gustabo había regresado de mala gana, con una expresión que Horacio conocía a la perfección.

'Gustabo, ¿qué pasa? ¿Estás bien?' Quiso preguntar, pero ante la presencia del superintendente de la ciudad, no pudo con la presión que sentía con éste ahí con ellos.

"Os dejo descansar hasta que me avisen que todo esté bien con vosotros y ya puedan pirarse de aquí. Mientras tanto, dejad de meteros en líos si no queréis acabar con más de cincuenta mil pavos de multa." Imperó, para luego abandonar la habitación, no sin antes dirigirle una última mirada al pelinegro que lo había estado ignorando desde que habían regresado de la conversación que tuvieron fuera del hospital.

Uno, dos y tres, contó mentalmente Gustabo para tranquilizar sus ansias de dejarse llevar y darle de hostias al viejo que le había complicado aún más su situación poniéndole una y mil multas que no podría terminar de pagar aún si acaba el año y, eso que, apenas, era principios de marzo.

Respiró hondo y exhaló, para luego formular una sonrisa y dirigirse a donde se encontraba Horacio, ignorando de pleno a Pablito que se había levantado para recibirlo. Pasó por un lado del mexicano y, con falsa felicidad, se acercó a Horacio y le revolvió el cabello.

"El viejo nos ha perdonado las multas si no nos metemos en más líos y si nosotros cumplimos con pagar el pago del hospital, que, sorpresa, nos lo ha rebajado porque supuestamente somos buenos tíos y debemos ir por buen camino."

Mentira, mentira, mentira, mentira.

Su mente le gritaba que dejara de mentir y que le dijera a Horacio que el superintendente no les había perdonado y en cambio les había generado aún más deudas.

Gustabo pensaba ocultarlo, porque no le veía necesario que Horacio también se preocupara y ambos empezaran a luchar por conseguir dinero mientras trabajaban arduamente y se rompían, prácticamente, la espalda. No podía y no quería hacerlo. El trabajo de buzos era un coñazo, él no pensaba seguir trabajando de ello. Y, ocultándoselo a Horacio, pensaba seguir con los malos tratos que se había acostumbrado a sobrellevar durante toda su vida.

Y así fue como Gustabo empezó a escaparse de Horacio para empezar a robar una que otra cartera que por fortuna -mentira- se encontraba en el suelo.

Al principio, fue complicado. Horacio quería tener a Gustabo junto a él en su recuperación, porque no podía caminar por sí solo si tenía ese incómodo yeso y ese dolor en la espalda que lo jodía aún más. Gustabo lo dejaba con Pablito o con Segismundo para irse por sí mismo.

Dulce Hogar | Gustacio. [Ver. Original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora