➜ ᎒ 14

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Ambos parecían estar serios, demasiado serios para lo que regularmente Horacio les veía. Ambos hombres, inexpresivos, con las cejas un tanto fruncidas, uno con los brazos cruzados y el otro con los brazos al costado de cada lado, los veían desde cada esquina de aquella reducida sala.

De pronto, hacía calor. ¿Qué no había aire acondicionado? Se preguntaba Gustabo, batiendo su mano en dirección de su rostro, para calmar aquel calor que lo había azotado en un repentino momento. Horacio, al igual que el otro, también tenía calor, tanto calor que se sentía sofocado, pero se reprimía; no queriendo hacer una acción frente aquellos dos imponentes hombres.

Tosiendo un par de veces, carraspeó, llamando la atención de todos, única y exclusivamente, para él.

Los tres pares de ojos le miraban, unos grises inexpresivos, unos cafés apáticos y unos celestes interesados. Los suyos, heterocromáticos, dudosos de su habla.

"Dos organizaciones, además de la que estamos infiltrados, corroboraron una reunión para un trato de armas, droga y todas esas mierdas que se han encargado hacer los últimos meses; nada nuevo. Unos querían paz entre ellos, pues no querían sangre por sangre, otros solo querían un trato de venta y nada más, mientras que, 'los nuestros', también querían un trato, pues repentinamente les había interesado el mercado de la meta, coca, y demás."

Conway pareció pensar ante las palabras de Horacio, como buscando algo en su mente que quería decir en ese momento, pero no dijo nada, no abrió la boca y se mantuvo estático, hasta que, después de unos segundos, se sentó frente a ellos, colocando sus brazos encima de la mesa para entrelazar sus manos y mirarlos, consecutivamente, a ambos, encorvado en sí.

"¿Y la venta de hoy?" Esta vez se dirigió hacia Gustabo, como si éste hubiera sido el que había contado el relato de las organizaciones, y no Horacio. "Ha pasado hora y media de la hora establecida, como ha contado Horacio antes. ¿Tú estás con ellos?" Entrecerró sus ojos, encorvándose más en sí y echándose más hacia delante, sin despegar sus ojos de los de Gustabo. Éste, empanado, le observaba en silencio. "¿Por qué no te has quedado con ellos? Si un tío de esos te dice que han seguido a Horacio; ¿por qué has de creerle, cuando podría ser una mentira para ver cómo es que reaccionas?"

Tragando en seco, Gustabo se llevó las manos a la rodillas, clavándose las uñas pero manteniendo su expresión tranquila y observadora.

"Sois unos anormales de carrito. ¿Cómo no os habéis dado cuenta?" Alzó la voz, comenzando a mascullar. Seguidamente, golpeó con su puño la mesa, tan fuerte que los otros dos se sobresaltaron sobre sí. Vio como Horacio parecía empezar a tener miedo, mientras que Gustabo parecía reprimir sus emociones. "Que lo que le han dicho a Gustabo son puras patrañas, no hay nadie vigilando la comisaría, mucho menos han seguido a Horacio. ¿Cómo es que tienes los huevos de dejar el lugar de la compra para hacer tremenda estupidez? Te creía más inteligente Gustabo, que jugando a las escondidas te ha salido muy bien, pero ahora me demuestras esta faceta tuya que no tiene muy en claro las cosas. ¿Calculador? Para nada, esos se dan cuenta a dónde has ido y no la cuentas más."

Gustabo, entonces, se mordió con fuerza el labio inferior, acrecentando en donde enterraba las uñas. Ni él mismo sabía lo que había pasado cuando fue en busca de Horacio, para que el superintendente, sin conocerlo de nada, le viniera a reclamar. El dolor en la cabeza palpitó, así como las ganas de mandar todo a la mierda, pues había aguantado mucho para salvar a Horacio y a él mismo.

Después de mirar sus manos unos segundos eternos, subió la mirada y observó al superintendente.

"No me hable de esa manera, viejo de mierda." Vociferó, excelso de molestia.

Ahora todos parecían mirarlo sorprendidos, pasmados ante el tono con el que le había hablado al superintendente, cuando éste en el momento que alguien le hablaba con 'ese tonito', esa persona no la contaba dos veces.

Dulce Hogar | Gustacio. [Ver. Original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora