➜ ᎒ 11

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Al otro lado de la ciudad, Gustabo se encontraba caminando de lado a lado, buscando entre los callejones, preguntándoles a personas sobre un hombre alto y con cresta, hasta yendo a los lugares que ambos frecuentaban. Y en ningún lado estaba. Nunca antes se había preocupado tanto por el paradero de su compañero, pero, ahora, hasta sentía el fuerte latido de su corazón yéndole demasiado fuerte para su gusto.

El dolor de cabeza le comenzó a subir, nuevamente siendo más fuerte en el lado derecho. Respiró unas cuantas veces, tratando de calmarse, pero era imposible, pues necesitaba a Horacio con él. Un fuerte zumbido le aturdió un momento, tuvo que apoyarse en la vidriera de una tienda.

"Mierda." Maldijo, encorvándose en su lugar para luego posar su mano en su pecho, sintiendo el martilleo de su corazón.

Ladeó la cabeza, frunciendo el ceño, para terminar mirando su propio reflejo en la vidriera de la tienda. Su cabello oscuro desordenado, la camisa revuelta y una expresión abatida. Estaba en la mierda, como durante todos esos años en las calles, pero, ahora, se veía y ni siquiera se reconocía. Parpadeó unas veces, reincorporándose y poniéndose erguido, carraspeando un par de veces para comenzar a caminar en la acera, ahora sereno.

Horas y horas pasaron, en un abrir y cerrar de ojos estaba anocheciendo, y Gustabo ni siquiera sabía cómo había llegado a la playa cuando hace un tiempo estaba en la ciudad, pero poco le importaba, pues estaba tranquilo, con su pecho subiendo y bajando lentamente, mientras veía el atardecer a lo lejos. Tenía tantísimo sueño, como si todo su día hubiera sido uno ajetreado.

Su cuerpo sentía pesadez, sus párpados se cerraban cada dos por tres y, él, adormilado, cabeceaba con su cabeza chocando de vez en cuando con sus brazos, los cuales rodeaban sus piernas, habiendo estado sentado en la arena.

Estuvo a punto de quedarse dormido, si no fuera por el sacudo que de pronto tuvo su cuerpo. Aún ensimismado, abrió los ojos y trató de mantenerse despierto, que por mucha batalla que hiciera, le era casi imposible. Escuchó algo, casi imperceptible, incoherente.

"Espabila, hombre." Le espetó Horacio, dándole una colleja que despertó a Gustabo de su ensimismamiento.

Cuando éste abrió los ojos, alarmado, entonces vio al de cresta a su lado, quien, con extrañes, le miraba.

"¿Mhm?" Dijo, con desgano. Bostezó unas cuantas veces, porque el sueño era más que él en ese momento, aún seguía cabeceando. Rememoró lo pasado, Horacio estaba a su lado, entonces volvió a mirar a su lado y se recompuso, tan rápido que alteró por un momento a Horacio. "¡Horacio, cabrón!" Exclamó, casi tirándose encima de él para tomarlo del rostro y comprobar que no tuviera ninguna herida en su piel. Y, cuando lo confirmó, se sintió más tranquilo. "¿Dónde coño te habías metido? Te había estado buscando por todos lados."

Suspirando, Horacio se acomodó en su lugar para tomar de las manos a Gustabo, como siempre hacía cuando le debía contar 'algo muy gordo'. "El superintendente me ha llevado a la comisaría y me ha interrogado. Era tan bochornoso al principio porque habían como cinco agentes, nadie se callaba y el superintendente tenía una cara de mala hostia que flipas. Casi la palmo y hundiéndote conmigo, por lo que no tuve que de otra dar unos nombres, y... eso."

Viendo como Horacio se rascaba detrás de la oreja, Gustabo frunció levemente el ceño, entiendo lo que quería decir. Si con haber dado unos nombres se refería a haber vendido a sus amigos, terminó frunciendo sus labios, relajando su expresión segundos después de un inmenso silencio.

Se preparó mentalmente, porque no quería regañar a Horacio, porque en sí no tenía la culpa, pues, había sido lo que había tenido que hacer. Por milésima vez en la tarde, suspiró, quitándose la capucha de la sudadera para peinar su cabello hacia atrás, sintiendo como Horacio, a su lado, se removió, inquieto.

Dulce Hogar | Gustacio. [Ver. Original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora