XVIII - Regina da pegno.

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Dama a peón.

Dama a peón

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Hela.

Sin pesadillas, sin sueños lúcidos ni horas interminables en las que lo único que puedo escuchar es la oleada de pensamientos incesantes que mantienen ocupada mi mente y no me permiten descansar. Pero esta vez no hay nada más que tranquilidad, y sonrío con la calidez sobre mi mejilla.

—Hela te estoy curando, ¿qué carajos te parece tan gracioso? —abro primero un ojo, el que no siento como si me estuvieran insertando agujas calientes.

—Me recordé de un buen chiste —mi entrecejo se frunce de inmediato con la única excusa que se me ocurre.

¿Tu orgullo no te permite decirle que fue por él?

Me quejo cuando lleva un paño bañado en alcohol hacia mi ceja.

Tú dale, ignora a la razón.

—¿Todo fue un sueño? —pregunto, ya sin saber separar la realidad de una pesadilla.

Su silencio me da la respuesta y dejo caer mi cabeza al cojín.

La imagen de Fabrizio viene a mi mente, esa cena casera que no acepté por seguir mi juego a la libertad. Su voz paternal, la preocupación en sus ojos siempre que me veía perder mi camino, sus consejos sabios que jamás escuché y todas las veces que sus brazos fueron mi mejor conforte...

Un mérito más, un mérito menos, ya me daba igual cualquier ridiculez que se les ocurriera hacer. De igual forma, su destino sería estar colgado en una fría pared por la eternidad, en la cuál nada más que mis ojos lo apreciarían.

–Al menos ponte el birrete –las palabras de Carlo se quedaron suspendidas, mientras mi vista se mantenía fija más allá de la solitaria ventana que había en el tétrico salón.

¿Qué esperaba ver? Me reclamé a misma por esperar algo que solo sucedería en mis sueños. ¿Un helicóptero a último minuto? ¿Una hilera de autos advirtiendo su llegada? Pero nada de eso sucedió; no había más que un extenso gélido bosque, más allá de eso... nada.

Observé el birrete que yacía en mis manos, vi unos segundos la puerta, alcé la vista hacia los catedráticos y asentí, dándoles la señal para que diera inicio.

–Ya perdí la cuenta de las veces que lo he hecho –lo miré, impasible–. ¿Para qué me tengo que esforzar ahora? ¿Para las fotos que jamás se verán?

–Te juro que le hice llegar la noticia...

–No importa, no está aquí.

–Hela... –el pesar en su mirada solo me hizo sentir más inútil.

–De seguro un viaje más a las Bahamas con Fiorella es más importante que la graduación de su única hija –sonreí sin ganas–. No, eso sería mucho pedir. Tal vez con un acostón de diez minutos le bastó para convencerlo de no venir.

My Legacy  (Saga Dinastía Gagliano #2) [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora