XXXVII - Un galà di diamanti.

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Una gala de diamantes.

Una gala de diamantes

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Dos semanas habían pasado ya; dos semanas en las que nadie supo nada de la heredera Gagliano

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Dos semanas habían pasado ya; dos semanas en las que nadie supo nada de la heredera Gagliano. Con el teléfono apagado, los rastreadores desactivados y los intentos por encontrarla, fallidos.

Su padre optaba por que residía en Alemania, junto a su bisabuela. Nícholas al contrario, ya habiendo apaciguado su enfado, apostaba que se había ido de fiesta de nuevo a Singapur, realizando carreras ilegales sin cesar durante todo este tiempo. Mauricio, en cambio, siendo este el único que conocía a su nieta como la palma de su mano; de pie frente a la chimenea, recibía la noticia que, temiendo a que algún día llegase a suceder, su pequeño orgullo ya se había alzado en vuelo.

—Fue vista por última vez en la mansión de Alaska —Cecilio, su fiel consigliere, le informaba—. Pasó dos noches ahí y luego se marchó. Nadie más la ha visto luego de eso, amigo mío.

La mano de Mauricio se enroscó hasta volverse un puño, sin comprender por qué se fue esta vez. Estando segura en la misma casa que él podía vigilarla, aconsejarla, darle esa compañía que siempre le faltó. ¿Pero ahora? Ahora temía que ya nadie pudiese detenerla, ni siquiera el demonio de ojos grises que él creyó ver como una esperanza.

—¿Hay reportes de pruebas de armas nucleares? —Cecilio calló—. Los hay. —concluyó él solo—. ¿En qué partes del mundo?

—Europa entera está reportando fallas —empezó—. Los americanos se niegan a admitirlo; Asia, África, India recientemente y... Alaska parece ser el núcleo de todo esto.

—¿Qué estás planeando, Sacmis? —se preguntó a sí mismo en voz alta, sin tener en cuenta que su espacio íntimo no era tan confidencial, que alguien les escuchaba tras la puerta.

Dos semanas habían pasado, dos semanas que fueron suficiente para sanar las heridas, que fueron el tiempo necesario para reencontrar a los amantes que habían perdido su rumbo aquella tarde en que una boda no se realizó.

O eso era lo que quería creer la hija de Lucía mientras se estaba recuperando en casa, con ayuda de las sopas de mamá, quien se negaba a aceptar que Hela había hecho una cosa tan atroz como lanzarla por las escaleras. Hacía todo lo posible en su fantasía de perfección, a negarse que desde esa noche, Dante jamás la visitó, ni siquiera la socorrió como ella se hacía creer. Su propia madre fue quien la encontró desangrándose en el vestíbulo, cuando Di'Maggio se marchó a perseguir el Ferrari rojo en un intento por detenerla.

My Legacy  (Saga Dinastía Gagliano #2) [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora