PROLOGO

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PRÓLOGO
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Los aplausos y silbidos del público llenan mis oídos como una hermosa melodía al haber terminado mi obra. Acabo de realizar Macbeth, y aunque ya he interpretado su papel varias veces, mis admiradores siempre me llenan con el mismo amor, especialmente hoy ya que será mi último día sobre las tablas por algún tiempo. Me tomaré unas largas vacaciones. No es que quiera separarme del escenario, pero no me gusta pasar mucho tiempo lejos de mi hogar... Lejos de ella.

Doy una reverencia, agradeciendo sus halagos y flores de diversos colores que arrojan hacia mi, y antes de que el telón cubra mi presencia sobre el escenario, echo un vistazo a los espectadores. Me cuesta recrear sus rostros gracias a la brillante luz sobre mis ojos, pero logro reconocer el cabello rojizo y lacio de Evangeline. Está saltando mientras aplaude y juro que reconozco su voz entre los gritos de las demás personas. Dirijo mi vista hacia la mujer que está de pie a su lado y reconozco la mirada orgullosa de mi madre, quien con una peluca negra se disfraza en medio de los fans. Dibujo el resto de su rostro, ya decorado con algunas arrugas, y aún se le ve hermosa.

Ella se da cuenta de que la estoy mirando, entonces, colocando su mano sobre sus labios color carmesí, me lanza un beso. Eva la imita.

Deseo en mis adentros saltar del escenario e ir a abrazarlas, pero no puedo, así que me contengo y me limito a sonreírles hasta que ellas desaparecen de mi campo de vista una vez son reemplazadas por la gran cortina roja. Dejo caer mi sonrisa casi al instante y me quedo unos segundos parado frente al telón, teniendola en mente. A pesar de todo, aunque sea a escondidas, sé que ella me ama, pero no puedo evitar pensar en cómo habría sido nuestra relación si nunca me hubiesen alejado de ella. Tal vez todo seria mas facil.

Sé que no tiene caso pensar en cosas que ya no tienen solución, pero varias veces me encuentro a mí mismo imaginando lo que alguna vez pudo ser, pero que la vida me negó. Debo admitir que en su momento no lo quería aceptar. Detestaba todo lo que sucedía a mi alrededor y maldecía a Dios por haberme castigado por un pecado que yo no había cometido, pero que fui producto de.

Siento una mano delgada posándose en mi hombro izquierdo, y no tengo que voltearme para saber que es Karen Kleiss quien ha leído mi mirada. Reconozco su toque cálido sobre mi cuerpo tenso, lo he sentido varias veces cuando ella me brindaba su apoyo cuando ambos estábamos sufriendo por la misma causa. Todavía me cuesta digerir esos días...

—Es hora de irnos, Terry —me dice, formando una sonrisa con los labios, confirmando mi sospecha de que sabía lo que pasaba por mi cabeza. Ella también había visto a Eleanor Baker, mi madre—. Nos esperan en la recepción.

Asiento con la cabeza en silencio y camino a su lado hacia los camerinos, dónde cambiaremos nuestros atuendos de Macbeth y Lady Macbeth a unos formales para la ocasión.

Muchas personas me felicitan por el éxito de mi interpretación y me dicen que me echarán de menos en el escenario, pero mientras más me alejo del escenario, más bloqueo sus voces, ya que me encuentro de nuevo pensando en mis recuerdos. Sé que ahora no me puedo quejar, debido a que cada una de las lágrimas, las humillaciones y los golpes de la vida me llevaron a dónde estoy parado ahora, y por más que en aquel entonces deseé que mi camino fuera diferente, no sé qué sería de mí si aquel momento en mi vida hubiese sucedido de otra manera. Aquel momento en donde, con tan solo tres años de edad, mi vida cambió...

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Terence Granchester La Historia DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora