CAPITULO 14

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CAPÍTULO 14
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La mujer de cabellos rubios se dió paso entre los pasillos oscuros de la villa Granchester, solo llevando una pequeña lámpara en mano para alumbrar su camino. Separó las puertas de la habitación de Terry y se acercó a la cama, donde su hijo dormía profundamente, pero en un completo desastre. A pesar de ya ser un adolescente, Eleanor pensó que seguía durmiendo de la misma manera desastrosa que cuando era un niño. Para empezar, tenía un pie fuera del colchón, y estaba envuelto con la esquina de la sabana, ya que esta estaba más en el suelo que en la cama.  Su cabeza estaba en el lado derecho de la cama, mientras que sus dos piernas ocupaban el lado izquierdo. Su almohada ni siquiera estaba bajo su cabeza, pues de alguna manera, él la había puesto bajo su brazo derecho. Se asimilaba a algo así como un nudo.

Eleanor sonrió con ternura al saber que su hijo no había cambiado del todo. Tomó las extremidades esparcidas del joven y las acomodó dentro de la cama, para luego recoger la sábana del suelo y arroparlo con ella. Antes de irse, se sentó en la esquina de la cama y se inclinó para dejar un beso en la frente de Terry, accidentalmente marcándolo con el labial. Intentó borrarlo con el pulgar, pero al parecer estaba molestando los sueños de Terry, ya que este hizo una mueca y se volteó al otro lado, deshaciendo el trabajo de su madre al enredar la sábana entre sus piernas. La actriz suspiró resignada y abandonó el lugar de vuelta a Estado Unidos, no sin antes susurrarle a Terry cuánto lo amaba.

Unos días después, Terry se encontraba correteando por su habitación, buscando la ropa adecuada para la fiesta que Eliza y su tía abuela habían preparado en su nombre como agradecimiento por haberla salvado. La invitación decía que se llamaba algo así como «Fiesta Blanca» y era mandatorio ir vestido completamente de blanco. Aunque odiaba ser festejado, tenía una razón en particular para asistir.

Sentado en frente del tocador de madera blanca, Terence tomó un peine y comenzó a cepillar su cabello lacio y oscuro mientras se miraba al espejo. Podía ver el reflejo de su madre en él mismo, pero por primera vez no se repudió por ello. Parecerse a su madre ya no representaba una maldición, tal y como la duquesa de Granchester se lo había querido sembrar.

De camino a la residencia Ardlay, Terry iba montando un caballo del mismo color que su chaqueta perlada. Tenía la cabeza hacia atrás, admirando el paisaje del bosque a pesar de que lo había visto cientos de veces. Las hojas y flores caídas iban volando a dirección del viento, algunas acariciando levemente sus brazos. De repente, un crujido se escuchó sobre la copa de un árbol, y ese sonido luego dio paso a un golpe sordo, el cual hizo que Terry empezara a reír limpiamente.

—¿Quién lo hubiera imaginado? ¡Un mono cayendo del cielo! —La miró divertido por la cara graciosa que ella ocupaba gracias al fuerte golpe en su trasero—. Es la primera vez que veo a un monito por aquí. —Siguió provocándola, pero ella solo se le había quedado mirando, casi embobada.

Ver a Terry tan elegantemente vestido y con su cabello flotando libremente en dirección de la brisa le hizo creer que estaba frente a un príncipe. Luego, al darse cuenta que se había estado sobando el trasero mientras lo miraba, se sintió apenada de ser encontrada de esa manera.

No se habían vuelto a cruzar desde esa tarde en la villa, pero se habían pensado mutuamente, y se habían extrañado.

—Y... ¿Qué haces aquí? ¿Acaso no vas a la ridícula fiesta blanca o como demonios se llame?

—No estoy invitada —respondió, sin ninguna señal de tristeza. Parecía disfrutar más columpiándose en los árboles que asistir a una fiesta formal y aburrida, y eso a Terry lo alivió.

—Bueno, pues entonces yo tampoco iré.

—¿De verdad? —Le sonrió ampliamente, siendo incapaz de ocultar su felicidad.

Terence Granchester La Historia DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora