Prólogo

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Tenía la respiración acelerada, el corazón parecía que iba a salir lanzado por mi boca en cualquier momento. Las piernas me dolían de tanto correr, no sé cuánto tiempo llevaba haciéndolo pero de algo estaba segura, y con certeza podía decir que no iba a permitir que lastimara a mi pequeña. Ella es esa luz que vino para iluminar mi vida, darle sentido a ese por qué de mis acciones. Quizá en unos años sea esa luz que venza a las tinieblas.

Con un brazo sujetaba cada vez con un poco más de fuerza a mi bebé contra mi pecho y con el otro trataba de mantener mi mano sujeta a la del chico que huía junto a mi y con cada oportunidad que teníamos echábamos un vistazo rápido hacia atrás.

Él me pidió que corriera todo lo que podía, que pidiera ayuda pero no había ni siquiera un alma a estas horas de la madrugada.

En mis adentros rogaba a Dios que ese bastardo no le hiciera daño, que nos dejara vivir en paz. Aunque a mi pesar sabía que eso no iba a pasar. Durante varios meses llevábamos huyendo por su maldad pero como la última vez, logró encontrarnos.

Sabía que ese engendro del diablo era más fuerte qué él, ese hombre me había salvado, me había sacado de ese lugar, me alejó del hombre que no hizo con mi vida más que una miseria.

Ahora esos dos hombres estaban otra vez enfrentándose y otra vez la causante era yo.

Volví en mi cuando el chico a mi lado apretó mi mano con fuerza y me obligó a seguir corriendo, no quería ser pesimista en esta situación pero no había otra realidad que contar.

Ese hombre que en los últimos meses trajo un poco de felicidad en mi vida cayó al suelo, mientras que el enemigo le susurraba algo. Ahí supe que no tenía salida, no tenía sentido seguir corriendo, de todos modos él me encontraría y volvería a hacerme daño, mucho más que la última vez.

Miré a mi bebé, ver esos ojos azules me gritaban en mi conciencia que ella no tenía la culpa de todo esto, era la única inocente pero por nada del mundo iba a permitir que la lastimaran.

Con la poca fuerza que me quedaba paré de correr y el muchacho a mi lado me imitó.

— ¿Qué estás haciendo? Tenemos que irnos — sabía que tenía razón pero el pobre chico estaba tan asustado cómo yo, además de ver como ese bastardo acababa con todos esos hombres que dejamos atrás en cuestión de segundos.

— Escúchame — sentencié —. Quiero que cuides a mi bebé, tienes que darle un futuro prospero, llénala de sueños, enséñale las cosas buenas de la vida— logré decir, mientras las lágrimas caían sin piedad por mi rostro. El chico cargo a mi bebé pero al darse cuenta de lo que estaba por hacer empezó a negar frenéticamente —, tienes que hacerlo— asevere.

—No puedo hacer eso— se negaba asustado.

—¡Escúchame! — grité para que me entendiera lo más rápido, antes de que él nos alcance —. No importa qué, no importa quién, tú debes cuidarla, protégela de todo aquel que quiera hacerle daño y jamás, jamás permitas que se llene de resentimientos, enséñale a amar. Demuéstrale todos los días cuánto la amas, dale el amor que yo nunca podré darle, ¿ok?

— Amelia, no puedo. ¿qué pasará con…

—No importa, él lo entenderá. Está mejor sin nosotras. ¡Llévatela, ahora! — lo corté, estábamos retrasando cada vez más la despedida y sentía que el corazón se me partía aún más —. Ustedes huyan, yo haré lo posible para detenerlo.

El chico aceptó no muy convencido, luego de asentir hacia él, comenzó a correr a una velocidad que yo jamás podré igualar, llevándose con él a mi hija.

El golpe que recibí me dejó sin respiración por unos instantes, obligándome a caer al suelo y boquear por algo de oxígeno. Intenté alejarme de él pero me lo impidió sujetando mi tobillo y arrastrándome en dirección contraria a donde se fue mi hija.

Me sujeto del cabello instándome a ponerme de pie. Cuando estuve a centímetros de su cara no pude evitar sentir asco y repulsión hacia todo lo que representaba ese ser frente a mis ojos.

—¿Dónde está la niña? — fue lo que salió de su repugnante boca. Inspeccionó a mi alrededor pero era imposible que la encuentre y ojalá nunca lo haga. Me gritó que le dijera donde estaba mi hija pero mi respuesta fue escupirle en la cara.

—Mátame si quieres, pero jamás te diré donde está — su reacción fue abrir los ojos sorprendido ante mi respuesta, sabía que eso se debía a que nunca le había levantado la voz o le había hecho frente, pero rápidamente la cambio por una mueca de burla.

—No me digas, das tu vida para que no lastime a tu bella bebé — se burló haciendo puchero —. Que patético— se acerco a mi antes de poder reaccionar y me abofeteo con toda esa fuerza que desconocía.

Sabía que moriría pero al menos lo haría siendo valiente y defendiendo a lo que más amaba, aunque a la larga no podría estar con ella.

— Pensé que durante estos meses junto a mi, aprenderías algo, que serías como yo pero eso de ser buena persona te fue más fuerte, ¿no?— dijo en lo que comenzaba a golpear mi estómago mientras yo trataba de soportarlo.

El seguía golpeándome pero por más daño que me hiciera no iba a sacarme nada. Trataba de cubrir mi cara con mi brazo pero pateaba con más fuerza. Sabía que no podía hacer nada, me superaba en fuerza. Jamás podría hacerle frente en una pelea. Llego un momento en que comencé a escupir sangre por la boca, un ojo se me había cerrado de tantos golpes, seguro tenía algunas costillas rotas porque sentía que la respiración se iba poco a poco. Aún así sus golpes no pararon, se subió encima de mi cuando ya no tenía fuerza en los brazos para cubrirme y comenzó a repartir puñetazos por toda mi cara.

De a poco todo se tornaba negro, no sentía nada, su respiración parecía estar a kilómetros de distancia de mi. Sabía en ese momento que estaba muriendo, sabía también que esta vez él ganó la batalla pero no la guerra. Un día se levantaría una guerrera con la capacidad y fuerza suficiente para derrotarlo y junto a él todo su imperio se vendría cuesta abajo.

Guerra de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora