Capítulo 7

212 61 251
                                    

Cuando te vi, te amé mucho antes.
(...)
Yo nací para ti antes que el mundo existiera.
No hay cosa feliz o hora feliz
tuve a lo largo de mi vida,
Que no fue porque te predije,
porque dormiste en él, tu futuro.
(...)

—Fernando Pessoa

________________________________

Me acerco poco a poco, y él ni se ha dado cuenta de que estoy ahí. Justo cuando estoy casi frente a él, levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan. No hace falta decir una sola palabra; nuestros ojos lo dicen todo. De repente, siento las malditas mariposas revoloteando en mi estómago, la garganta se me seca y mis manos empiezan a sudar. Estos síntomas que solo él me provoca cuando estamos juntos. Él me mira de esa forma que me hace querer lanzarme a sus brazos, pero me controlo.

Sus ojos brillan como si estuviera viendo lo más valioso del mundo, y no lo entiendo. Siempre me manda señales contradictorias, y eso me frustra, porque no sé a qué está jugando. Le miro mientras me sonríe con esos dientes perfectos. Me encantaría decir que su sonrisa me dejó indiferente, que mi corazón siguió latiendo normal, pero estaría mintiendo. Es solo otro detalle de todo lo que me hace sentir cuando está cerca.

Sven es como una droga, y yo... como una adicta que no puede desengancharse. Cada vez que estoy cerca de él, mi cuerpo reacciona antes de que mi cabeza pueda entenderlo. Es como si lo necesitara para respirar, pero al mismo tiempo, sé que es peligroso. Me odio un poco por sentirme así, tan vulnerable.

—¡Sven! —digo bruscamente, con la voz más alta de lo que pretendía. Él me mira, confundido.

—¿Qué? —responde a la defensiva, con esa actitud que me pone de los nervios.

Sin pensarlo mucho, derramo el líquido rosado a pocos centímetros de su zapato blanco.

—Pero ¿qué te pasa? ¿Te has vuelto loca o qué? —salta, claramente cabreado.

Me alegra que haya reaccionado así, aunque sé que suena enfermizo. Pero es justo como debería verlo siempre: somos como el agua y el aceite. Incompatibles. Tengo que despertarme de este cuento de hadas cuanto antes, porque cuanto más tarde, peor será para mí. Cada vez que me pierdo en sus ojos, siento que caigo en su hechizo, y si no espabilo, uno de los dos acabará mal. Y tengo el presentimiento de que esa seré yo.

—Sabes perfectamente por qué estoy aquí —le espeto, furiosa.

—Pues, la verdad es que no —responde, haciéndose el confundido.

—Sí, claro, hazte el tonto —le digo, poniendo los ojos en blanco—. ¡La bebida de Matt! —grito—. La maldita bebida estaba asquerosa.

—Aaah... eso —dice como si acabara de recordarlo y sonríe con esa sonrisa de pillo—. ¿Y qué pasa? —añade, cruzándose de brazos con toda la calma del mundo.

—¿Qué qué pasa? ¿Es que no me escuchas? —grito, imitando su postura y cruzándome de brazos—. Vendiste una bebida que sabe a rayos, Matt podría haberse intoxicado y, además, ¡podría demandar la tienda!

—Matt, Matt, Matt —responde con irritación—. No soporto oír más de ese idiota. ¿Podemos, por favor, no volver a hablar de él? —me dice, y con toda la burla del mundo añade—. Y relájate, que tu novio va a sobrevivir. No le puse nada que le vaya a hacer daño a su "perfecta salud" —confiesa, con una sonrisa socarrona.

—¡Dios! ¿Qué coño te pasa? —me paso la mano por la cara, frustrada—. Y, por milésima vez, ¡no es mi novio! —digo, ya agotada de repetir lo mismo.

—Pues me cae mal —responde con total naturalidad, y lo miro incrédula—. ¿Por qué estás tan alterada? No es como si hubiera cometido un crimen —dice, sonriendo, y me obliga a desviar la mirada para no caer en su trampa emocional.

Meses a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora