Capítulo 9

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Debí haberte encontrado
diez años antes
o
diez años después
Pero llegaste a tiempo.

—Jaime Sabines
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Le doy una mirada enojada, y él parece entender que no estoy de humor para sus bromas.

—Bueno, entonces eso es un no—dice, levantando la mano en señal de rendición—. Creo que puedo esperar un poco más.

Simplemente lo miro como si no lo reconociera. Veo cómo me lanza una sonrisa arrogante, y pongo los ojos en blanco ante su comportamiento.

» No te hagas la difícil, te mueres por besarlo «dice una voz irritante en mi cabeza.

Observo cómo arranca el coche y nos dirigimos a la carretera principal. El tráfico ya no está tan caótico por la hora; maldita sea la hora. Mi madre me va a poner fina cuando llegue a casa. Nerviosa, rebusco en el bolso y, al encontrar el móvil, casi me da un patatús al ver que no tiene batería. ¡Perfecto! Hoy me despido de este mundo.» Definitivamente estamos muertas. «dice me conciencia.

—Ellie—escucho a Sven.

—¿Qué? —respondo, ya un poco cabreada.

—Tranquila, fiera—dice con una sonrisa—. Solo quería saber si estás bien, te pusiste pálida de repente.

—Es que voy a morir—digo, dramatizando mientras me paso la mano por la cara.

—¿Cómo? —me pregunta, sin entender—. ¿Por qué dices eso?

Le enseño el móvil sin batería. Él me mira con cara de no entender nada y suelto un suspiro de cansancio.

—Mi móvil no tiene batería—digo, poniendo los ojos en blanco.

—Sí, ya lo vi cuando levantaste el teléfono—responde, como si fuera obvio—. No entiendo por qué un móvil sin batería te mataría.

—No dije que el teléfono me matara—digo, aún con cara de "en serio".

—Entonces—dice, esperando que le aclare—¿qué pasa?

—Mi madre me va a matar—suelto con un suspiro—. Seguramente ya ha llamado a Matt, y no tengo ni idea de qué ha contado sobre lo del centro comercial.

—Ah, ya veo—dice, mirando al frente—. Si quieres, puedo hablar con ella—añade, dudando mientras me mira de reojo.

—Es... gracias, pero no—respondo.

—Tú verás—dice, encogiéndose de hombros.

Nos quedamos en silencio unos minutos, pero no era incómodo. Estábamos cada uno en lo suyo, hasta que decido encender la radio para llenar el vacío del coche. Aún nos queda un buen rato hasta llegar a casa.

—¿Te importa? —pregunto, señalando la radio.

—No, dale—responde, dejándome a cargo del aparato.

Me acerco a la radio, emocionada, y empiezo a buscar una canción. Solo encuentro noticias, y justo cuando estoy a punto de rendirme y apagarla, suena una canción que, aunque no es nada de mi estilo (y eso que me gusta casi todo), al menos hay música. Apoyo la cabeza en la ventana y me dejo llevar por el paisaje, viendo cómo los edificios y las casas se alejan. Ya estaba empezando a engancharme con la canción cuando, de repente, la radio cambia de estación.

—¿Qué? —pregunto, sin entender.

—Eso apesta—dice, cambiando de estación con cara de asco.

Meses a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora