Capítulo 12

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"Hay muchas cosas
Que me gustaría decirte.
No sé cómo.
Yo dije...
Quizás tú vas a ser
Quien me salva.
Y después de todo
Tú eres mi maravilla."

—Oasis
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Sven

Intento ponerme de pie, sintiendo el peso de la desesperación en cada movimiento. Me acerco lentamente a la puerta, deseando que el tiempo pase más despacio. Cojo la maneta con manos temblorosas y la giro, abriendo la puerta con un esfuerzo que parece durar una eternidad.

— ¿Por qué estás llorando? — pregunta con voz dura, plantado en el umbral. Su expresión mezcla enfado y desdén, una mirada que atraviesa.

Las palabras golpean como un balazo, y no puedo evitar que un nudo se forme en mi garganta. Las lágrimas, que había intentado contener con todas mis fuerzas, empiezan a brotar con más intensidad. Su pregunta y el desprecio en su tono son como una bofetada cruel.

— Eres un imbécil, los hombres de verdad no lloran — grita, su voz resonando con una frialdad que congela el aire.

Me quedo paralizado, las lágrimas corriendo libremente por mis mejillas. Quiero gritar, defenderme, pero el dolor y la humillación me han dejado sin fuerzas. Su presencia, en lugar de brindar consuelo, añade una capa más de tormento a mis emociones ya desgarradas.

— ¿Qué sabes tú de lo que es ser hombre? — logro decir con voz rota, levantando la vista con esfuerzo. — ¿Qué sabes tú de lo que estoy sintiendo?

Él me mira con una mezcla de incredulidad y desdén, como si mi dolor fuera una debilidad imperdonable. Su mirada no busca comprender, solo juzgar, y eso solo hace que el dolor se profundice.

Me siento estúpido por estar en esta situación, por no haber encontrado la fuerza para defenderme. Mi mente está en caos, y el dolor me inunda mientras lucho por mantener la compostura. De repente, escucho un estruendo en la habitación, y levanto la cabeza lentamente, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.

Lo primero que veo son sus zapatos negros. Antes de poder reaccionar, siento un golpe brutal en mi rostro. El impacto es tan fuerte que me hace tambalear, y de inmediato, el sabor metálico de la sangre llena mi boca.

El golpe me deja tambaleándome, y antes de que pueda procesarlo, siento cómo la furia de mi padre se desata sobre mí. Los puños vuelan con una rapidez brutal, y cada impacto me golpea como una ola pesada que arrastra todo a su paso.

— ¿Por qué me haces esto? — logran salir entre mis sollozos, pero sus palabras no llegan a mis oídos. Solo el sonido de sus golpes y mis gemidos de dolor llenan el espacio.

Bajo la cabeza, intentando cubrirme y aguantar los golpes en mi cuerpo en lugar de en mi cara. Cada golpe que me da es como una descarga eléctrica que me sacude hasta los huesos, y no puedo evitar odiarme por ello. Me odio por ser todo lo que él dice de mí, y me odio aún más por no encontrar una manera de acabar con este sufrimiento. Cada vez que me acuesto en la almohada, pienso en cómo la sobredosis que casi me mató debería haberlo logrado.

Intento protegerme como puedo, pero los golpes siguen cayendo, uno tras otro, como una lluvia implacable de dolor. Cada puñetazo es un recordatorio brutal de que alguien que debería estar allí para cuidarme me está destrozando por dentro. La mezcla de lágrimas y sangre en mi rostro hace que la situación sea aún más aterradora, y el dolor físico se mezcla con una tristeza profunda.

Meses a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora