Capítulo 17

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"Qué suerte que viniste.
A esta altura, la soledad
ya me resultaba insoportable."

—Mario Benedetti

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Sven

— ¿No confías en mí? —pregunto, medio divertido.

— No.

— ¡Auch! Directo al ego, ¿eh? —respondo, haciendo un gesto exagerado de dolor.

— Me lo creería si supiera que tienes un corazón—me suelta, sin inmutarse.

Eso sí que pica, pero no voy a darle el gusto de notarlo. Mejor sigo el juego.

— ¡Vaya! Estás en plan destructivo hoy, ¿eh? —digo con una sonrisa torcida.

— Venga, no me hagas esperar. Tengo curiosidad —responde, mientras se aparta un mechón de pelo de la cara, con esa mezcla de impaciencia y picardía que la hace irresistible.

Tenerla tan cerca me parece casi imposible. A sus ojos, siempre fui el chico invisible. Ellie es como una droga. La pruebas una vez, pensando que es solo un juego, y de repente ya estás deseando la segunda. Y cuando te das cuenta... ya estás enganchado. Cada segundo con ella me hace sentir como si estuviera en el paraíso. Ojalá todo fuera distinto entre nosotros. Quisiera ser feliz con ella, lejos de aquí, lejos de todo. Pero no creo que se pueda cambiar el destino de alguien que nació roto.

— Tienes que dejar de ser tan ansiosa. —respondo, poniendo los ojos en blanco con una sonrisilla—. Venga, voy a taparte los ojos con las manos, no te preocupes que te guío, no me seas torpe ahora —digo mientras me coloco detrás de ella, notando cómo se tensa un poco cuando me acerco.

Que, en el fondo, no es más que una excusa tonta para tenerla un poco más cerca. El sweater que lleva deja su cuello al descubierto, y sin pensarlo, paso mi nariz por su piel, aspirando su aroma como si pudiera quedarme con él para siempre. Es como si necesitara recordarlo, como si fuera lo único que me podría acompañar cuando todo esto se acabe. Mi corazón late rápido, pero intento que no se me note, porque sé que, por mucho que quiera este momento, no va a durar. Nada lo hace.

— Me gusta tu perfume, es dulce, como tú —le susurro al oído, casi sin pensar.

— Sven, vamos ya —se queja, impaciente, y eso me saca una sonrisa.

Me pregunto en qué maldito momento se me ocurrió la idea de llevarla a algún lado cuando podríamos quedarnos aquí, solos, disfrutando de... lo que sea que pase» Porque eres un imbécil «me responde esa voz molesta en mi cabeza, recordándome lo complicado que hago todo a veces.

— ¿Ves? Cuando digo que eres ansiosa... —digo sonriendo y negando con la cabeza, intentando quitarle importancia, aunque dentro de mí lo único que quiero es alargar este instante un poco más.

Ella cierra los ojos, quejándose, y aprovecho para colocar mis manos suavemente sobre ellos, llevándola poco a poco hacia un pequeño campo de girasoles. No tengo ni idea de cómo lo encontré, pero a veces la vida tiene esas cosas raras. Fue como si el destino me lo hubiera soltado en una noche de mierda, de esas en las que el insomnio te arrastra y la cabeza no para de darle vueltas a todo lo que te pasa. Esas noches en las que te sientes tan vacío que solo quieres desaparecer, aunque sea por un rato. Así que me puse un chándal, unas deportivas y un auricular, y salí a caminar sin rumbo, buscando algo, aunque no sabía exactamente qué.

Aquel campo era un rincón olvidado, un lugar donde el mundo se sentía un poco menos pesado. Los girasoles se movían con el viento, como si quisieran contarme sus secretos. Al acercarnos, puedo imaginar cómo su cara se iluminará al verlos. En esos momentos, el peso de mis preocupaciones parece desvanecerse, y solo queda el deseo de compartir algo hermoso con ella, algo que nos haga sentir que, aunque la vida a veces sea un lío, todavía hay belleza por descubrir.

Meses a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora