La disculpa

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Capítulo dedicado a: @gnger3412, que estuvo apoyando las historias anteriores.

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Lisboa, Denver, Palermo, Manila y Roma llegaron al sótano.

Allí se encontraban los rehenes fugados, que empezaron a disparar.

Arturo, que parecía el líder de los rehenes, no paraba de disparar a los atracadores.

Ellos se tuvieron que cubrir.

Palermo empezó a disparar a Arturo.

¡Palermo cabrón! - Gritó Arturo mientras disparaba. - ¡Enséñame los huevos!

Roma y Lisboa también les empezaron a disparar.

Los rehenes tuvieron que correr.

Llegaron al sótano, donde había un pasillo que guiaba a una sala muy grande.

Mierda. - Dijo Lisboa.

¿Qué pasa? - Preguntó Manila.

Esa sala es donde hemos guardado todas las armas. - Explicó Roma.

Y allí hay una salida. - Añadió Raquel.

Ostras. - Dijo Palermo. - Si detonan las bombas de la puerta estamos muertos.

Era lo primero que decía desde la discusión con Roma.

Denver asintió.

Los rehenes, guiados por Arturo, estaban dentro de esa sala.

¡Vamos chicos, tenemos que prepararnos! - Decía Arturo. - Coged armas.

Pero, ¿tendremos que disparar? - Preguntó Miguel, uno de los rehenes.

Arturo se rió sarcásticamente.

Pues claro, niño. - Dijo molesto.

Amanda se asustó, y Miguel también.

Los demás rehenes cogieron una pistola cada uno.

Arturo cogió algo más: una metralleta.

Estaba dispuesto a hacerse el héroe y matar a todos.

Los rehenes eran más de diez: Miguel, Amanda, el Gobernador, Arturo y unos cuantos más. Estaban en la sala de armas.

Al otro lado del pasillo estaban los cinco atracadores, dirigidos por Lisboa, decididos a atrapar a esos rehenes.

Denver, Manila y Lisboa se pusieron a un lado del pasillo. Y Palermo y Roma se quedaron en el otro lado.

Vale, tendremos que intentar avanzar. - Dijo Lisboa. - Hay que ir con cuidado, porque en este pasillo no hay nada que nos pueda cubrir.

Vale, iré yo. - Dijo Denver.

Te acompaño. - Se apresuró a decir Manila.

Vale, pero id con cuidado. - Contestó Lisboa.

Denver se metió en el pasillo, seguido por Manila.

Roma, Palermo y Lisboa estaban asomados por el pasillo.

De repente, Arturo asomó la cabeza desde la otra punta del pasillo. Sacó y apuntó a Denver y Manila con una pistola.

¡Cuidado! - Gritó Roma.

Arturo iba a disparar, pero Lisboa salió y le disparó primero.

Denver y Manila salieron del pasillo y volvieron a su sitio, con Lisboa.

¡Arturo cabrón! - Gritó Denver. - ¡Casi me matas!

Como si lo hubiera escuchado, Estocolmo tuvo un presentimiento.

Helsinki, Tokio, ahora vuelvo. - Les dijo a los que estaban vigilando a los rehenes.

Estocolmo, con su pistola, se metió en los tubos de ventilación. Como había hecho Gandía.

Se dirigió a donde estaban Arturo y los demás.

Allí, los atracadores estaban pensando como entrar a la sala sin ser disparados.

Roma. - Dijo Palermo.

Roma suspiró pero no contestó.

Roma. - Repitió Palermo.

Calla pesado. - Contestó Roma cabreada. - Ahora no es el momento de hablar.

Palermo suspiró, resignado, y aceptó lo que había dicho Roma.

No. - Dijo al minuto. - Roma, quiero hablar contigo, y no me vas a hacer callar.

Roma se sorprendió; Palermo nunca le había hablado tan decidido.

A ver, dime. - Dijo Roma.

Palermo asintió.

Lo que has dicho arriba, en la sala - empezó a decir - sabes que yo no quería que pasara.

Roma no dijo nada.

Yo no quería que muriera Nairobi. - Siguió Palermo.

Roma se mantuvo en silencio, mirándole a los ojos.

¿No vas a decir nada? - Le preguntó Palermo, ofendido.

Me has dicho que tú querías hablar, ¿no? - Preguntó impertinente Roma.

Palermo no supo qué decir.

¿Eso es lo que querías decirme? - Le preguntó Roma.

Palermo bajó el arma.

A ver - dijo - si me estoy disculpando, cosa que no suelo hacer, es porque he visto como le ha afectado esto a Helsinki.

¿Qué? - Preguntó Roma sin entender lo que tenía que ver.

Él me importa, más que tú la verdad, - Palermo sonrió - y he visto como le ha afectado.

Roma asintió.

Y si a él le ha afectado, pues a ti también. - Siguió Palermo.

Roma volvió a asentir.

Y que sepas que lo que le pasó a Nairobi siempre me perseguirá. - Continuó Palermo. - Porque la cagué. Y mi cagada os ha hecho sufrir.

¿Has acabado? - Le preguntó Roma. - Entonces, ¿querías disculparte otra vez para limpiar tu imagen?

Pues sí. - Respondió el argentino. - Quería disculparme, pero no para limpiar mi imagen.

¿Entonces para qué? - Preguntó Roma.

Porque no quiero que me odies. - Respondió Palermo.

Roma se sorprendió, eso era bonito.

Ya. - Dijo la chica. - Pero el problema es que ya te odio.

Palermo se quedó sin palabras.

Que es broma tonto. - Dijo Roma, sonriendo. - Te perdono.

Gracias. - Contestó Palermo.

Bueno, te perdono a medias. - Añadió Roma.

Palermo se extrañó, pero se conformó y sonrió.

Roma ~ La Casa de Papel [Parte 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora