Día a día

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Al abrirse las puertas, eché una mirada al alrededor. El gran campo de batalla que me rodeaba era inmenso, y un grupo de soldados batallaban entre sí. De repente, todos se cayeron al suelo,derrotados, excepto una muchacha de cabellos dorados y rizados. Tenía ojos azules y portaba una armadura brillante que le cubría el pecho y la pierna. En su mano derecha tenía una espada corta y en la izquierda, un escudo redondo. Las armas de un verdadero gladiador. Girardot la miró orgulloso y la mandó venir con la mano:
-Abelia, quiero que conozcas a Lilyan.
-¿Con que Lilyan? Encantada de conocerte. Espero que algún día nos encontremos en el campo de batalla. Pareces...fuerte.-me miró de arriba a abajo, luego añadió-Si me disculpais,tengo que entrenar.
En sus ojos podía ver las ansias de batallar. Su actitud me maravillaba:
-Abelia...Una de mis mejores alumnas.-dijo Girardot-Tiene un espíritu decidido y nunca se rinde. Pero es muy testaruda...
Yo no le respondí:
-Sé que aquí no es donde querrías estar. A tu padre le pasaba lo mismo.
-¿Mi...mi padre?
-El mejor de todos. Ninguno podía vencerle. Pero en Dalkia también hay buenos guerreros,...y alguien tenía que morir. Desgraciadamente fue tu padre el que tuvo que cargar con ello. Protegiendo así la vida de un soldado que iba a ser apuñalado,después de una larga batalla. Hace poco más de quince años que ocurrió aquello...
En ese momento, bajé la capucha de mi capa de bruja de manera que no se viese mi cara. Una pequeña lágrima fría y salada inundó mi ojo derecho, bajó por mi delicada mejilla y cayó al suelo. Perdí las cosas que más me importaban en la vida ese año.
Bajé de Furia y la llevé a su establo, donde Girardot me envió. Estaba muy bien cuidado, a pesar de que vivía una yegua de gran carácter dentro. Me esperaba todo más roto por patadas de Furia, pero no había ni un rasguño en la pared. El bebedero estaba lleno y lo mismo pasaba con el pesebre. El suelo estaba limpísimo aunque estaba recubierto de paja. Sentía humedad en el ambiente del establo. Habían preparado muy bien mi llegada.
Salí del establo, ya era mediodía. No había nadie dentro del campamento. No podía oir el chasquido que emiten las espadas al estar enfrentadas. No podía oir los gritos de los soldados después de ser derrotados.El silencio estaba presente. Me preguntaba dónde estarían todos. Empecé a caminar por la arena, buscando algo o alguien. Mis intentos no daban resultados. Al alejarme del establo pude divisar en el campo de batalla a una silueta humana. Me acerqué sigilosamente, aunque el viento no quería cesar y levantaba arena que me tapaba los ojos. Poco a poco, las distancias se volvían más pequeñas, hasta que llegué a ver a un joven, rubio y con una armadura morada. Portaba una lanza en su mano, como la del mismísimo General. Estaba batallando con lo que parecía una persona de madera, atado a un palo largo. Tenía una diana en su centro, y en el mismísimo centro de la diana, un gran agujero que parecía ser hecho por espadazos y lanzazos. El me miró y sacó una sonrisa. Respiraba rápidamente, cansado:
-¿No habéis ido a comer? Tendréis hambre.
-No he ido como veréis. Si hubiera ido, no estaría aquí.
-Tenéis razón.
-Bonita lanza.
-Si,¿os gusta?Me la regaló mi padre después de marcharse de estos campos. El General le intentó enseñar las artes de la lanza de caballeros, pero mi padre no le prestaba atención. Y yo estoy intentando seguir el camino que mi padre no siguió. Girardot está orgulloso de mí, aunque suene un poco mal decirlo de uno mismo.
-Es la verdad,no tiene que sonar mal.
-¿Tu espada?
Yo saqué mi kunai. Él la observó con sus ojos castaños. Después de haberla examinado con precisión me la dio, y cuando la guardé, alargó la mano:
-Soy Aeneas. Espero verte en el campo de batalla de mi lado. Me encantaría batallar contigo. Se te ve fuerte.
-Lilyan.-dije yo estrechando su mano.-Encantada de conocerte pues. Yo también espero que me pongan a tu lado para batallar. Necesitaré una lanza fuerte que me ayude, y alguien que la pueda portar.
Aeneas, mi primer amigo en el campamento. Sabía que ese chico me iba a ser muy útil en mi viaje. Parecía simpático. Me acompañó hasta una especie de tienda, en ella había unas mesas llenas de platos sucios y vacíos. También estaban algunos soldados riendo, hablando y comiendo, entre ellos Abelia. Aeneas y yo nos sentamos en una mesa al fondo de la tienda. Estábamos solos. En nuestro plato habia un plato de sopa bastante grande y un filete de ternera. De postre una rica manzana. Mientras yo aprendía a comer con cubiertos como cucharas y tenedores, Aeneas se reía y me ayudaba. Yo no le veía mucho la gracia pero he de admitir que para la gente de la capital, yo parecía tener,de 18 años, 3 años. No pude evitar avergonzarme un poco por no decir muchísimo. Me costó bastante, hasta que llegué a la manzana, la cuál me comí de buen grado. Aeneas me miró y cogiendo su manzana dijo:
-¿De dónde eres?
-Vivo con mi madre más allá de la capital. Cerca del bosque de los cerezos.
-Creía que allí no vivía nadie...
-Mi cabaña es muy vieja. No tenemos ni una silla donde sentarnos. Mi padre nos garantizaba dinero, hasta que murió en plena batalla. No nos llegó nada más que su espada preferida, una katana. Mi hermano heredó esa espada y se fue al ejército, pero no volvimos a recibir noticias de él. Tenía 5 años cuando se fue. Días llorando desconsoladamente. Hasta que empezamos a recibir dinero que ganaba él en las batallas. Pero hace una año que no recibimos nada y no tenemos dinero para comida. Asi que me convertí en una ladrona y asesina. Todo lo que teníamos lo había conseguido yo. Y para el colmo mi madre enfermó. Y no teníamos dinero para un médico.
-Vaya...Tu historia es muy triste.
-¡Soldados!-gritó Girardot-Ya empieza la mejor parte. Os toca demostrar vuestra valía. ¡Enseñadme de lo que sois capaces! Vencer al enemigo es vuestro objetivo. Elegir a una pareja, os acompañará siempre a partir de hoy. Y elegir entre vosotros a un comandante. Liderará todas las batallas.
Aeneas me miró en ese instante con un giro de cabeza muy''disimulado''. Luego me señaló. Yo lo entendí. Los dos juntos, yo comandante.
El campo de batalla estaba preparado para los dos equipos. Nuestros baluartes estaban en la cruzada de caminos. Ninguno de los que me asaltaron pudieron contra mí. Aeneas se encargó de unos baluartes enemigos y los conquistó. Todo iba como la seda. Nuestros enemigos eran más numerosos, tendrían más tiempo que nosotros allí. El baluarte principal contrario estaba cerca, y la batalla final ganada. La gloria de la victoria llenó mi alma. Fue un momento soberbio que nunca olvidaré. Mi primera victoria, pero quedaban muchas más:
-Ya está...

La guerra entre espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora